Vincular ciencia con sociedad, uno de los retos del nuevo ministerio

Colombia ha decidido la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, una de aquellas causas enarbolada hasta el agotamiento, que por fin tomó curso por iniciativa parlamentaria del senador liberal Iván Agudelo, y enhorabuena capitalizada positivamente por el Gobierno Nacional. 

Se ha iniciado, entonces, la discusión ex post de lo que debe ser este nuevo brazo del Poder Ejecutivo, debate público útil para superar la tradicional doble mentira en la cual el sector ‘ilustrado’ de la sociedad clama por un porcentaje cercano al 2 por ciento del PIB asignado a investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) y las agencias que proyectan el Presupuesto Nacional, ahora disputándose la titularidad, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) y el Ministerio de Hacienda, llegada la hora, producen incrementos marginales, cuando no recortes frente a las partidas históricas.

Doble mentira porque la comparación con las asignaciones público-privadas de los países industriales no hace consideración de las inflexibilidades presupuestales de una nación como la nuestra ni tampoco lleva a expresar en las cuentas nacionales las inversiones privadas totales en la materia, las cuales –para el caso de Colombia– son aún ínfimas, sin que ello preocupe a gremios ni grupos empresariales.

Mentira doble porque los contestatarios piden lo que no es realista y los políticos prometen lo imposible. Los países maduros se comprometen con incrementos de una décima por año, es más serio tanto por la meta como por la posibilidad de sostener el nuevo guarismo. 

El cumplimiento del Plan de Desarrollo en este frente y el seguimiento de la ciudadanía sobre el Pacto por la ciencia, la tecnología y la innovación son vitales para que los sistemas nacionales y regionales propuestos se conviertan en realidades institucionales, válvulas de soporte para que los actores de los planes y programas generen resultados cuyos impactos tengan verificación. 

Entonces, accederemos a escenarios de mayor complejidad. La articulación del conocimiento con el sector productivo, el pacto por la transformación digital, el pacto por el emprendimiento, la llamada pertinencia de los saberes son vitales.

Mas también la impertinencia de los saberes, la ciencia, la tecnología y la innovación tienen una gran deuda con los problemas mayores de nuestra sociedad: la reconstrucción nacional, de la inclusión, del desarrollo en los territorios y comunidades; nuestros inventarios de recursos, nuestro mapa geológico, la vocación, el uso, y el destino del territorio en consideración a su trayectoria, a la gente, a su vida en perspectiva, a su sostenibilidad y a los actores sociales.

Necesitamos una persona con gran retaguardia científica y arraigo ético. Que entienda los múltiples vectores del desarrollo y trate de concordarlos con base en el interés nacional 

Para qué una ciencia que no mueva la frontera de la construcción de paz, de la armonía, de la convivencia y de sus bases sociales y materiales. En el fondo se trata de la consideración ética en los espacios del conocimiento y de su aplicación. 

Un debate presente siempre, y en particular durante el último medio siglo, cuando se revelaron palmariamente las mayores manifestaciones de uso del conocimiento humano como modo de dominación o imposición de intereses. La renuncia a lo no constatable, la liberación de los hechos y su dinámica se enfrentan a la manipulación y, al menos una minoría de los científicos acusan vulnerabilidad, son tan humanos como los tecnologistas o los innovadores. 

A una ciencia ajena al interés de transformar el conocimiento en tecnología e innovación le cuesta sobrevivir y responder a las múltiples demandas sociales. A una ciencia volcada exclusivamente a la respuesta innovadora o a la rápida transformación del saber en mercancías le va a costar trascender y reencontrarse con la humanidad en muchos planos. 

Colombia es, sin duda, un gran laboratorio para presenciar la lucha por encontrar equilibrios entre el vínculo del país con una sociedad más rendidora y la construcción de una sociedad más armónica con la vida misma, en un país dotado de recursos que hacen aflorar múltiples contradicciones.

Aunque conocido desde 2011, disponemos ahora en español del libro Mercaderes de la duda, de Naomi Oreskes y Erik M. Conway, una crítica demoledora a las manifestaciones no aisladas de subordinación de la ciencia a los intereses económicos agenciados por instituciones del conocimiento que, a su vez, albergan a los ‘hombres de ciencia’, atrapados en laboratorios y oficinas verde manzana, donde, a cambio de recursos para mantener escuadrones de talentosos investigadores, se construyen narrativas y contranarrativas para legitimar la supervivencia, depresión o promoción de productos, innovaciones e invenciones que traen consigo graves problemas para la vida de seres vivos y para la sostenibilidad planetaria.

Fueron ellos los encargados de poner en blanco y negro el juego de intereses de quienes actuaron y actúan como paladines de la duda para dilatar procesos legales y permitir que se colmaran las arcas de grandes nombres de la industria de los cigarrillos, del sector de hidrocarburos, de fabricantes de fármacos o de los causantes de los problemas en la capa de ozono, o de los generadores de la mayor parte de la tragedia del cambio climático, cíclopes de Norteamérica y Europa, así como de los gigantes asiáticos que cínicamente defienden en nombre de su desarrollo la destrucción de la biósfera.

Ciencia, tecnología e innovación dependen en alto grado de la financiación pública, pero la conformación de los gobiernos en muchas naciones corresponde a la influencia del gran capital privado o fruto del ilícito en la gestación de las estructuras políticas, lo cual pone en cuestión la ética de las asignaciones presupuestales y de la contratación. Entonces, queda la alternativa de la participación del capital privado, no obstante, las variadas formas de manipulación descritas con precisión metódica en Los mercaderes de la duda.

Qué hacer entonces, pregunta la ciudadanía. La respuesta es diseñar un Ministerio de Ciencia y Tecnología que sea un bastión en la defensa del progreso científico y el desarrollo tecnológico y a la vez un defensor de la ética social y del interés ciudadano.
Colombia es un país urgido de conocimiento como el que más. No puede anclarse en el atraso. Somos una nación donde el saber y la cultura, la tecnología y las capacidades institucionales son indispensables en la superación del conflicto y en la transformación de los órdenes político y económico, social y ambiental. Eso es irrenunciable. Pero el conocimiento sin consideración ética y la economía y la acumulación sin acuerdo moral son árboles sin raíz que ya nos robaron casi dos generaciones.

No será fácil la tarea para el ministro que asuma la responsabilidad. Necesitamos una persona con gran retaguardia científica y arraigo ético. Que entienda los múltiples vectores del desarrollo y trate de concordarlos con base en el interés nacional. 
Se me ocurre Moisés Wasserman, alguien que encarne la legitimidad del centro político, también el centro de la legitimidad, que coloque el conocimiento como el gran aliado de la cultura; que desde el profundo respeto por la libertad de creencias y cultos, constitucionalmente definida, sea capaz de iniciar una campaña contra la superstición y el aprovechamiento económico de la ignorancia, en defensa de la verdad científica. 

No es admisible que Colombia no pueda tener una autoridad que aclare científicamente la pertinencia o inconveniencia del fracking, del uso del glifosato, la introducción de determinadas vacunas, los transgénicos, los productos biológicos o el alquiler de vientres. No podemos dejar estos asuntos en manos de los pregoneros de la polarización que es una de las tediosas formas de la ignorancia. 

Como lo hizo el gran luchador indio Narendra Dabholkar, aquel que logró construir la organización comunitaria contra la superstición como negocio vulgar y la legislación que regula esa práctica irregular, batallas que libró con éxito y, penosamente, le costaron la vida, justamente por estas calendas. En días pasados conmemoramos el sexto aniversario de su muerte acaecida el 20 de agosto de 2013.

Publicado en El Tiempo el 26 de Agosto de 2019

Diego Junca