¿Por qué Argentina comete siempre los mismos errores?

Luego de treinta años he regresado a Open Door, localidad cercana a Luján en la provincia de Buenos Aires. Allí, en la región pampeana, nació, a comienzos del siglo XX, la Colonia Nacional Neuropsiquiátrica Domingo Cabred, que, con su sistema terapéutico de “puertas abiertas”, dio el nombre al municipio. Un conjunto de palacetes en medio del bosque, albergue de pacientes con enfermedad mental.

Los campos vecinos divididos en lotes facilitaron a las gentes ricas de la capital instalar bellas quintas de recreo, y, durante las últimas décadas, múltiples urbanizaciones consolidaron esta villa próxima al Santuario Nacional de la Virgen de Luján y a los centros reconocidos a cargo de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, dando lugar a lo que en lenguaje moderno llamamos un clúster de la salud mental y del turismo religioso.


Allí conocí a pacientes de muy variados orígenes sociales, gentes de familias humildes con toda suerte de padecimientos, y a personas de familias acomodadas o descendientes de exitosos inmigrantes europeos que amasaron fortunas dentro del ciclo de prosperidad incomparable que arrancó en 1862 con la República y prosiguió con la denominada era aluvial, una heterogénea creciente migratoria, innovadora y fecunda, que dio paso a la República Liberal (1880-1916), a la República Radical (1916-1930) y finalmente a la República Conservadora (1930-1943).

No exentos de contradicciones y sesgos, estos ciclos representaron avances y allanaron espacios para la aparición de remedos aristocráticos, oligarquías emergentes, clases medias urbanas, ciudades de corte europeo y una capital de clase mundial, Buenos Aires.

Argentina no ha sido un gran modelo de distribución, la era aluvial acentuó la diferencia entre las regiones interiores y las regiones litorales. Los campos se poblaron de chacareros, pero el mayor crecimiento se registró en ciudades con el estilo de civilización que proyectaba París. La clase dirigente criolla comenzó a considerarse una aristocracia y acrecentó los privilegios que la prosperidad le generaba sin mayor esfuerzo. Despreció incluso al humilde inmigrante que venía de los países pobres de Europa, vivía de otra forma e interpelaba la tradición nativa.

Argentina, con inteligencia, fue neutral en las dos grandes guerras, y eso le permitió desarrollar una industria de relevo, una burguesía nacional con capacidad emprendedora, aunque no totalmente compacta.

Llegada la paz, el capital europeo recuperó espacios y Argentina pagó tributo con sus conmociones internas, pero, a la vez, descubrió el potencial de nuevos recursos: petróleo, carbón, hierro, modernizó su ganadería y las curtiembres, las industrias vinícolas, los textiles, las manufacturas del cuero y la indumentaria, y, lo más importante, desarrolló un aparato educativo técnico y superior de gran mérito. El país modificó su escenario político. Conservadurismo y radicalismo fueron protagonistas. El primero representando a los poseedores de tierras. El segundo, a las clases medias en ascenso deseosas de ingresar a los círculos de poder.

Esos ochenta años de acumulación, universidades, academias, sociedades científicas, incidieron en la transformación productiva y forjaron una pléyade de grandes figuras: José Ingenieros, Miguel Lillo, Alejandro Korn, Lino Spilimbergo, Leopoldo Lugones y aun el joven Jorge Luis Borges (1899). Esas ocho décadas inscriben a Argentina en el mundo y a Buenos Aires como la gran ciudad europea en América. Esta nación fue la primera del mundo en erradicar el analfabetismo al tiempo que su capital inauguraba la línea matriz del metro en 1913.

Los períodos posteriores configuran una secuencia más agria que dulce a la cual hay que abonar mejoras sociales, especialmente para la clase obrera, y una generosa función pública hasta el exceso. Su caracterización y balance no han culminado.
El historiador José Luis Romero la resume así: República de masas (1943-1955), República en crisis (1955-1973) y el ciclo repetido de inestabilidad política, dictadura, corrupción e inviabilidad económica cuyo final aún desconocemos.

Cuando visité por primera vez el Sanatorio de Open Door, conocí a Simona, una mujer alcoholizada, asesora de señoras de sociedad como instructora y coach de bridge, hasta quedar en estado de intoxicación irreversible. Ahora la encontré bien entrada en años.

Me recibió llamándome por mi nombre con gran “memoria arcaica”, me dio un fuerte abrazo y exclamó: “Sabes, estamos idénticos y Argentina no ha cambiado casi nada, apenas ha empeorado, sigue en el fango de los discursos políticos, la polarización y la corrupción. A mí por lo menos me modificaron la medicación, me dan una dosis etílica de sobrevivencia que tal vez tú puedas mejorarme en este comienzo de año”.

La declaración de Simona parecía una síntesis dolorosa y certera. Me di entonces a la tarea de revisar las cifras de las últimas dos décadas: Argentina vivió bajo ley de emergencia durante 16 de los últimos 18 años, cerrando el último año completo con su tercer default del siglo, registra una devaluación del 100 por ciento y una inflación arriba del 50 por ciento en 2019. Con un déficit fiscal en más de 50 de los últimos 60 años, afronta nuevas dificultades para servir la deuda y una fuga de capitales de US$ 27.000 millones entre enero y noviembre pasados.

No solo se repiten los síntomas, también los errores en políticas públicas, recayendo una y otra vez en la inútil oscilación entre las prédicas neoliberal y neokeynesiana, matizadas con medidas de moda pregonadas por los multilaterales: un nuevo cepo cambiario, impuestos a la compra de dólares, devoluciones de IVA a sectores vulnerables y la sucesión entre devaluación abierta o disimulada y una inflación galopante como efecto del traslado del componente importado al predio de los bienes. Simona tiene razón.

Ahora, estrenando gobierno, con un presidente joven y una vicepresidenta con anclaje en el pretérito, viene la pregunta: por qué Argentina, país que lo tiene todo, repite los errores sistemáticamente, como si viviera en modo déjà vu, en palabras de Tomás Carrió o, como lo resume el hombre porteño de la calle, el que encuentras en el boliche, en La Biela o en el café Tortoni, un país en el que si uno viaja 20 días y vuelve, parece que todo cambió, pero si uno viaja 20 años y vuelve, parece que nada ha cambiado.

Docentes protestan por falta de condiciones salariales.Foto: EFE

Docentes protestan por falta de condiciones salariales.

Foto: EFE

No obstante, tal como sucede respecto a Brasil, con independencia de los anacrónicos discursos políticos, no nos está permitido pensar en el futuro de América del Sur sin contar con Argentina, ese pedazo del cielo al que Dios colmó de todos los dones, exceptuando aquel que evita la condición casi esquizoide del paciente al cual la vida pareciera habérsele detenido en un instante traumático que él repite hasta el fin de sus días.

Publicado el 17 de Enero 2020 en El Tiempo

https://www.eltiempo.com/mundo/latinoamerica/por-que-argentina-comete-siempre-los-mismos-errores-453026

Diego Junca