La decrepitud neopopulista

En su origen, el sustantivo ‘populismo’ significó una orientación hacia el pueblo en el espacio político y en la actuación del gobierno. Así lo define el diccionario de la RAE. La historia moderna fue moldeando en su diacronía un significado diferente.

La categoría se transformó, durante los últimos cincuenta años, para representar una forma de actuar en la esfera política consistente en ir hacia el pueblo para utilizarlo, manipularlo y, finalmente, engañarlo y traicionarlo.

Es tan delgado como una hebra de seda el hilo que separa el populismo de la dictadura. Los populismos de derecha y de izquierda, usando las viejas categorías del espectro político, son similares, y ninguno de los dos, como tampoco las variantes de las dictaduras o de las ‘dictablandas’ –si las hay–, son formas o desviaciones aceptables de la democracia.

Así haya sido Hitler aquel que inauguró la llegada y el empoderamiento del nazismo por vía electoral, hoy está absolutamente probado, material y conceptualmente, que democracia es mucho más que votaciones.

Las autocracias tienen, con grados variables, características definitorias. No hay espacio en estos regímenes para las libertades, los derechos, las garantías ciudadanas, la separación de poderes, la justicia independiente o la banca central con riguroso proceder técnico y sin interferencias.

La fase superior de las dictaduras son los neopopulismos. Generalmente son incubados por la decrepitud de la política tradicional, minada por la corrupción y la incompetencia.

Una mezcla de plutocracia y ‘kakistocracia’, gobiernos elegidos en procesos marcados por la influencia de los poderes económicos e impuestos por vía de la manipulación financiera, internética o algorítmica, agenciando intereses de grupos económicos, pretendidamente audaces mas incompetentes en la propia gestión de sus intereses estratégicos.

América Latina

Los movimientos neopopulistas facilitan el surgimiento de figuras que apelan al etnonacionalismo, la herencia heroica y la proclama justiciera, dominan el lenguaje emocional y recrean el contacto popular sin sentirlo, pero untándose con el humor del pueblo que al mezclarse con el aroma perfumado del conductor mesiánico termina convertido en un menjurje útil para seducir y oprimir.

Lo que muestra la realidad latinoamericana es verdaderamente desconcertante. Lo de Hugo Chávez, en Venezuela, y más aún lo de su sucesor, Nicolás Maduro, es una sima de la decadencia política, como que es una dictadura insaciable a tal punto que ha comprometido las finanzas públicas y el sector externo de la economía venezolana para la siguiente década, inaugurando la modalidad de robar futuros.

Empero, lo de Amlo, en México, es difícil de comprender en orden a la mínima racionalidad. Es una suerte de innovación en reversa, un cinismo elemental que convierte al pueblo en alcahuete y a la nación en objeto de burla de los capos de la mafia.

Esos conectores de la mafia, a los cuales no escapó Colombia pero frente a los que finalmente la sociedad plantó cara pagando un precio desproporcionado que aún no acaba de amortizar, han terminado desvelando lo que los politólogos no llegaron a vislumbrar, que el Gobierno venezolano soportará su condición terminal extendida en una alianza con los carteles, convirtiendo a los generales en capos y a los capos en generales.

He recorrido recientemente buena parte del continente americano y constatado algunas de las variantes involutivas del neopopulismo.


En la Argentina sorprende ver en la vicepresidencia a quien es símbolo continental de la corrupción como un lastre que restará gran parte del potencial reformador de Fernández.

En Brasil, duele observar cómo el populismo de izquierda allanó el camino para el populismo de derecha. Y para no caer en la autoflagelación latinoamericana, debemos afirmar que no nos sorprende.

Si en varios Estados europeos el neopopulismo de fuerte acento regresivo captura los gobiernos y resurgen los extremos de un espectro político ahistórico, si en Estados Unidos hay toda suerte de expresiones neopopulistas, ¿por qué habría de ser muy diferente el escenario latinoamericano?

El populismo apela al pueblo en contraposición a las élites, su población objetivo es el lumpen en sus dos variantes: la lumpenburguesía y el lumpenproletariado.

El populismo no es un fenómeno nuevo, lo encontramos en Estados Unidos, tomó fuerza después de la Guerra Civil y copó la escena en el tramo final del siglo XIX. Y en Rusia, el “narodnicestvo”, una especie de romanticismo agrario, tuvo un espacio político entre intelectuales que reivindicaban la vida simple y al “hombre sencillo” interpelando al capitalismo industrial.

A lo largo del siglo XX, pero especialmente dentro del período 1950-1970, América Latina presenció un auge populista, con proclamas nacionalistas, antiimperialistas y discursos antioligárquicos, el cual derivó, por una parte, en el discurso revolucionario y, por otra, en el reforzamiento de los regímenes reaccionarios de corte autocrático-dictatorial.

La diferencia entre ese populismo y el neopopulismo del presente es el grado de degeneración política, el amafiamiento del Estado y la estatización de las mafias.

Hoy, el neopopulismo en Latinoamérica oscila entre el pornocapitalismo descarado, depredador y reproductor de desigualdades, y el retrocomunismo monopartidista, legitimador de la violencia subversiva o del paramilitarismo en forma de colectivos en defensa del Estado.

Los dos prototipos encarnan la versión anacrónica de discursos políticos agotados, inmovilizantes, castradores, sin correlación con el sentido de la historia.

El Fracaso Neopopulista

Por supuesto, lo de Venezuela no tiene parangón, es un gran sainete interpretado por varias voces, incluidos segmentos de la oposición y un coro tutorial desde el Caribe.

Inflación del 1’500.000 por ciento en 2019, contracción del 25 por ciento del PIB, el país con la mayor reserva petrolera viviendo de apagón en apagón y produciendo 770.000 barriles por día, con 318 generales, niños con talla y peso por debajo de la media latinoamericana, hambre y expulsión de más de cuatro millones de ciudadanos.

Todo este engaño, así como la oscilación ineficiente entre modelos económicos fracasados solo pueden traer alguna consecuencia positiva en esta coyuntura histórica de pospandemia: la legitimación de un centro político que inspire un pensamiento propio, restaure la ética social y promueva una sociedad con protagonismo de nuevos actores sociales, manejo sostenible del patrimonio natural e inclusión creciente en los ámbitos político, educativo, económico, social y cultural.

Publicado el 27 de Julio en El Tiempo

https://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/que-es-el-neopopulismo-y-como-se-ve-en-latinoamerica-522952

Diego Junca