Colombia infeliz
Mi hermano Germán Alberto – Topin -, filósofo, cumpliría 71 años el próximo 28 de agosto. Practicó toda clase de radicalismos, los abrazó con pasión y luego se ocupó de su descalificación filosófica. De ahí la complejidad de sus pensamientos, rendidos ante las causas de rebeldía universales y, a la vez, destructores de las doctrinas políticas para la felicidad que todas las ideologías y credos entrañan. Esa complejidad, con dosis no discretas de erudición y sabiduría, lo convirtió en una mezcla poco práctica de inconformidad e inviabilidad propositiva. Como un aspic, espliego en español, esa genial innovación culinaria de Marie-Antoine Carême, genio gastronómico creador de platos coloridos y extraños, preparados en caliente y servidos en frío, mi hermano mayor terminó como católico, romano, chavista, anticlerical, conservador y revolucionario.
De regreso del marxismo y en franca revisión de sus tesis, Topin estudió la obra de Aldous Huxley y, en especial, la famosa novela distópica “Un Mundo Feliz”, publicada en 1932. Los lectores recuerdan que el libro comienza con la visita de un grupo de jóvenes al Centro de Incubación y Condicionamiento, epicentro del “Estado Mundial”, ese lugar donde la vida feliz tendrá materialidad. Allí la población se divide desde la incubación, según su condición genética previamente alterada, en seres de mayor a menor inteligencia, desde los Alpha hasta los Epsilón.
En la segunda parte, Bernard Marx y Lenina (en alusión a Marx y Lenin), visitan la reserva salvaje, un espacio social muy atrasado. Conocen a John quien, pese a crecer entre indios, fue concebido por los “hacedores de la felicidad” del nuevo Estado-paradigma, gracias a lo cual sabe leer y escribir. Deciden llevar a John, el salvaje, al Estado Mundial, donde comienzan a aparecer las contradicciones y problemas de una sociedad “perfecta y feliz”.
Ese mundo feliz, sin guerras ni pobreza, con personas de buen humor, saludables y tecnológicamente avanzadas entraña, en sí mismo, una gran ironía, una enorme ambigüedad. Su lema “Comunidad, Identidad, Estabilidad” lleva a intentar estabilizar el producto humano y generar amor a la servidumbre.
Huxley nos plantea la llamada “dicotomía utópica” por medio del interrogante: ¿Qué nos hace verdaderamente humanos?
Su relato explica que la perfección creada por el “Estado mundial” está fuertemente regulada por medidas que eliminan a la familia, la diversidad cultural, el arte, la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía. Si se quiere evitar la persecución, el conflicto social, se requiere un gran aparato de propaganda positiva con apoyo científico para actuar en forma permanente sobre el problema de la felicidad, es decir, el lograr que la gente ame su servidumbre.
El recetario del Estado Mundial incluye el condicionamiento de los infantes, el sistema científico de castas, Soma, el remedio contra la melancolía y la frustración, y el sistema de eugenesia, la creación de seres humanos a partir de tubos de ensayo para que sean perfectos, sin taras, sin defectos y la uniformidad de la especie humana con el fin de tener individuos diseñados genéticamente para estar satisfechos de forma continua e irreversible.
El genio de Huxley le alcanzó para lanzar una crítica severa al consumismo que reemplaza los sentimientos y las experiencias inmateriales, por los adquisidores, ignorantes, pendientes de sostener el sistema. La individualidad tiende a desaparecer en un “Mundo Feliz”, una sociedad mecanizada con seres prescindibles. Una dictadura con disfraz de democracia. Una dictadura perfecta, una prisión sin muros, esa de la cual los presos no desearían escapar.
“Un Mundo Feliz” es una lectura imprescindible en tiempos de polarización y neopopulismos de derecha e izquierda y también en horas de escepticismo y sensación de No Futuro.
Topin fue mi mentor y contradictor. Fuimos hermanos de almas y, por ello, fuimos distintos. Mi papel en la vida no es transformarla sino contemplarla, me dijo al lado del Caño La Pica cerca del Capanaparo, cuando ya vivía en economía natural. Tú, en cambio, estás en la otra ribera, tienes que luchar por cristalizar aquello en lo que crees.
Cuando observo a Colombia como un “país desgracia”, con tantos atributos, lleno de inteligencia y recursos naturales, exportador de trabajadoras sexuales, drogas y mercenarios, grupos estos aupados por las extremas lumpenizadas que todo lo justifican, me reafirmo en la búsqueda del camino alternativo de la esperanza y llamo a mis lectores a tomar la senda por fuera del miedo, del odio y del facilismo.
Repasando el texto de Huxley en mi escondite de la Costa Cálida, usando una vieja edición de Plaza & Janés de 1966, me encontré con un largo epígrafe para el Prólogo, a cargo de Nicolás Berdiaeff, gran filósofo ruso, cristiano, opuesto al autoritarismo zarista y a la verticalidad bolchevique, contemporáneo de Huxley, el cual luce muy actual:
“Las utopías aparecen mucho más realistas de lo que alguna vez creímos. Y actualmente nos enfrentamos a una pregunta mucho más angustiosa: cómo evitar su realización definitiva. Las utopías son realizables. La vida camina hacia las utopías. Y tal vez esté comenzando un nuevo siglo en que los intelectuales y la gente pensante encuentren formas de evitar las utopías y retornar a una sociedad no utópica, menos ‘perfecta’ y más libre”.
Publicado el 16 de Julio en La Línea del Medio
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