María Ángela Holguín: cronista de su propio vivir
Sobre la crónica se han escrito millones de líneas para definirla como género, ubicarla como expresión convergente entre la literatura y el periodismo tan pródiga en frutos excelsos como en desastres, macro género de la interpretación, exigente síntesis entre información y opinión. Empecinada en dar su propia versión sobre la última década de Venezuela y sus relaciones con Colombia, María Ángela Holguín, la canciller Colombiana de mayor continuidad en tal cargo y una experimentada diplomática, ha destinado buena parte del tiempo tras finalizar su tarea como Ministra de Exteriores, a escribir la crónica de su propio vivir, intenso, pleno de logros aliñados con frustraciones, como testigo de excepción de la declinación de un hermano de sangre.
Quien tenga la oportunidad de conocer a nuestra ex canciller en sus fueros profesional y personal no será sorprendido por la minuciosidad del relato y su fundamentación en la intervención directa sobre un copioso número de acontecimientos y circunstancias, analizados casi siempre desde su perspectiva de discreta y aguda observadora de la política.
La primera parte del libro editado por Planeta está dedicada al ciclo en el cual María Ángela Holguín se desempeñó como Embajadora en Caracas. Del relato se obtienen variadas y valiosas referencias a los logros de la Venezuela democrática, mas también de la crisis del bipartidismo y de la corrupción que sirvieron de abono para el surgimiento de la mesiánica figura de Chávez. Llama especialmente la atención la comparación entre las dos administraciones de Carlos Andrés Pérez y los profundos diferenciales entre su primer gobierno en medio de la riqueza y el segundo confrontado por la inconformidad popular y las dificultades. Aunque sea un lugar común, resulta muy pertinente el análisis del ciclo de masiva migración colombiana al país vecino, el encuentro de empleo para muchos trabajadores de nuestro país y también el estigma que, a partir de delitos cometidos por un puñado de delincuentes, sirvió de base para que muchos migrantes desde nuestro territorio fueran objeto de prevención y discriminación. Con certeza inapelable, nuestra autora en comento dice: “La vida de los colombianos en Venezuela ha sido de oportunidades y desconsuelos y eso mismo seguramente les pasa a los venezolanos que tuvieron que salir de su país”.
La crónica sobre el proceso de Chávez hacia el poder, su ascenso con respaldo popular, la influencia en la OPEP para contrarrestar la reducción de precios, los primeros logros en materia social, su progresiva crisis de gobernabilidad y la manera como la intentona golpista a cargo de una burguesía untada de nostalgia del viejo poder y timorata a la hora de asumir el mando, catapultó a un Chávez restaurado y con aire de contragolpe, convertido en un autócrata neopopulista, es una síntesis muy bien lograda.
La segunda parte de “La Venezuela que Viví”, corresponde con el período en el cual María Ángela Holguín se desempeñó como Ministra de Relaciones Exteriores de Colombia durante todo el gobierno del Presidente Juan Manuel Santos. La autora, que no es escritora ni artífice literaria, consigue, sorprendentemente, una exposición de los hechos siguiendo una estupenda narración cronológica. Ella comprende que la crónica es un género informativo – narrativo que permite la libertad expresiva y ejerce esta última con sutileza y ritmo. El lector comprenderá la dificultad del ejercicio diplomático en un contexto polarizante, con gobernantes que en su mayoría privilegian el libreto personal sobre las aspiraciones de sus naciones y del continente latinoamericano. Fue mucho lo que se logró en la normalización de relaciones con Venezuela y Ecuador. Sin embargo, América Latina ha vivido un ciclo de alineamiento hacia cargas ideológicas superadas por la historia y el sistema democrático ha perdido terreno por la corrupción y la exclusión social. La continuidad de María Ángela Holguín era incierta al término del primer cuatrienio, el asunto Nicaragua de tan compleja interpretación tenía incidencia. Pese a ser un problema incubado durante años y al discutible proceder de la Corte Internacional, el país percibía las decisiones como una derrota. Aún hoy, dependemos de la manera como la Corte valore los argumentos de Colombia aunque hay razones bien fundadas de nuestro lado.
Los capítulos siguientes relatan el ciclo de mayor convulsión interna de Venezuela, la crisis del gobierno y de la oposición, la inviabilidad del país, el silenciamiento de los medios, la ilegitimidad de las instituciones, la expulsión de los colombianos, el punto de quiebre en la relación bilateral y la migración masiva desde el país vecino que nos llevó a contar con más de 50 millones de habitantes de los cuales cerca de dos millones son venezolanos. Son todos episodios muy dolorosos frente a los cuales resultaron infructuosos muchos esfuerzos en los que la excanciller se empeñó con denuedo. La crónica, intensamente dolorosa, nos es otra que la de la decrepitud neopopulista y la del empoderamiento de la cúpula militar con dos muletas: el narcotráfico y la dolarización subrepticia de la economía.
La primera enseñanza de este libro certero, finamente incisivo, sentencioso y
visionario es muy nítida: la salida de la crisis democrática es una solución negociada entre las fuerzas políticas y los sectores sociales incluida la diáspora. Para quien escribe esta reseña siempre ha sido claro. La última vez que hablé en público en Venezuela, un país muy querido donde quedaron la vida de mi hermano Germán y bienes familiares, fue en un evento gremial en el cual coincidimos con Antanas Mockus hace ya bastantes años. La visión fue compartida: la solución ha de ser democrática y estar fundada en la restauración de una democracia real.
La última parte de esta crónica de María Ángela Holguín sobre su propio vivir es verdaderamente significativa. Trata de su contribución a la paz. Una vez logramos la cooperación de Turquía para la construcción de la escuela en el Orejón, posiblemente la mejor escuela rural de Colombia hoy por hoy, era incierta la continuidad de la Canciller. La llamé y le pregunté: Te marchas o te quedas en el Gobierno. Ella respondió. Me quedo, nos quedamos, verdad, contra interrogó. Yo le dije sí, nos quedamos. Ella se concentró en favorecer la culminación del proceso de paz en su tortuoso final. Yo debí colaborar y aprender de la atención de Turquía a la masiva migración proveniente de Siria y de las lecciones que brindaba a Colombia.
La llegada de la Canciller a La Habana fue en mi opinión, ingrediente fundamental para renovar los ánimos y ejercitar aquello que el Presidente López calificaba a menudo como una falla en el liderazgo colombiano, la falta de capacidad de remate. Ella no habla más allá de lo necesario pero tiene una tremenda fuerza para concretar acciones y obtener resultados. Por eso su aporte fue extraordinario. La segunda enseñanza de su libro que contó con el apoyo de Edgar Téllez como editor y la colaboración de muchos amigos, se resume bien en una frase del epílogo : “…el país necesita vivir en paz para crecer, generar riqueza y empleo, y hacer justicia con doce millones de colombianos que viven en el campo azotado por el conflicto”.
Si la crónica es polisemia, hibridez, y otorga resonancia al hecho histórico como lo afirma la profesora Dolors Palau- Sampio, “La Venezuela que Viví” recoge respecto de nuestras naciones hermanas, lo que hoy sentimos, el espíritu de nuestro tiempo, el hastío ante la incapacidad de reconocer, de rectificar. Si el canon dice que la crónica sigue una narración cronológica de acontecimientos desde que se inician hasta que terminan, habría que decir que en este caso no terminan, como no debe terminar aún la contribución de nuestra excanciller en la vida pública y en la política internacional de Colombia.
Publicado en Kienyke el 6 de septiembre de 2021
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