Un árbol de luz para la Navidad de Colombia
Las festividades del ciclo de fin de año en toda la tierra arrancan en India con el Diwali y sus múltiples objetos de celebración, fiesta de la cosecha, el matrimonio de Lakshmi con Vishnu, el día de la diosa oscura de la fuerza Kali, también celebran a Ganesh como dios del buen augurio y dentro del jainismo el día en el cual el señor Mahavira alcanza el nirvana, la felicidad eterna.
Pero, sobre todo, el Diwali, palabra que significa fila de lámparas encendidas en sánscrito, recuerda el regreso de Rama con Sita tras 14 años de exilio en Lanka, luego de vencer al demonio Ravana. La India se cubre de luz en noviembre y, luego de atenuar el sufrimiento, la sexta parte de la población del mundo expresa desde la luz del amor y la familia su voz de aliento a toda la humanidad.
Sin caer en la apología del sufrimiento, tan cercana a la religiosidad primaria, desde el gran continente asiático nos llegan las voces que nos dan cuenta de los mil y un caminos para derrotar ese sufrimiento, de las variadas formas de paliarlo, de su atributo fertilizante y de su condición significante, como especia que adoba, fustiga, condimenta y aliña el acto de vivir.
Fue justamente Rumi, el gran poeta místico, cuyos seguidores, fundadores de la orden sufí Mevlevi, son conocidos como los “derviches giróvagos” y aún nos maravillan con su meditación en movimiento sin fin, aquel que nos legó la frase para resumir este durísimo ciclo del 2020 e incubar en esta Navidad nuestra inspiración para el 2021: “Ser una vela no es fácil. Para iluminar, primero debes quemarte”.
El árbol en Occidente
El árbol de Navidad, que podría tener un origen pagano, fue adoptado por el cristianismo para rendir culto a los árboles sagrados. Jeremías, profeta, señala que “las costumbres de los pueblos son vanidad” para criticar el acto de adorar “objetos sin valor” propio del paganismo, pero los estudios históricos reivindican la costumbre ancestral desde tiempos babilónicos, de adornar un árbol y dejar regalos debajo.
Tertuliano, cristiano que vivió entre los siglos II y III d. C., fue un gran crítico de la práctica de colgar laureles en las puertas y encender luminarias en las calles como lo hacían los romanos en las fiestas saturnales, pero fueron los celtas los que decoraron los árboles con frutas y velas durante los solsticios de invierno. Era una manera de animar al árbol para asegurar el regreso del sol y de la vegetación.
No hay debate acerca de que, desde siempre, el árbol ha sido símbolo de la fertilidad y de la regeneración.
Lo que terminó ocurriendo fue que, a la manera como lo ha venido haciendo el papa Francisco, el cristianismo fue mejorando su correlación con el sentido de la historia y ante la imposibilidad de erradicar algunas costumbres paganas, optó por adoptarlas y transformarlas.
Nos habla la leyenda de un roble consagrado a Thor, dios del trueno, en la región de Hesse en Alemania. Cada año, en el solsticio de invierno, se le ofrecía un sacrificio. Bonifacio, misionero, taló el árbol ante los habitantes de la villa sorprendidos y, tras leer el evangelio, les ofreció un abeto, árbol de paz que representa la vida eterna porque sus hojas siempre están verdes y su copa señala el cielo.
A partir de entonces se talaron abetos durante la Navidad y se guindaron velas centelleantes de sus ramas. Son dos las ciudades bálticas que disputan el mérito de haber erigido en sus plazas centrales el árbol navideño: Tallin en Estonia y Riga en Letonia hace más de cinco siglos.
Turquía, 3.ª en discordia
ardugan, la fiesta vacacional de las noches más largas, fue celebrada por los turcos en el solsticio de invierno también. La arqueóloga turca Muazzez Ilmiye Cig ofrece una nueva voz en el prolongado debate. Según su calificada opinión, los turcos de Asia central habrían inventado el árbol de Navidad. Sus orígenes no estarían en el mito nórdico ni en el paganismo de las islas británicas, sino en la tradición turca del árbol de los deseos.
Los europeos habrían adoptado un rito derivado de la antigua costumbre turca según la cual las personas colocan cosas bajo un pino blanco como ofrenda a Dios, en agradecimiento a sus beneficios durante el año.
Cig sostiene que la costumbre surgió en Asia central. (año 325 de nuestra era) aceptó esta festividad como símbolo del nacimiento de Jesús, el 24 de diciembre, aún con reservas. Así, la costumbre habría comenzado a integrarse en la cultura del cristianismo.
Las tesis de Cig han recibido críticas de otros investigadores y se las señala como un intento de mostrar más que proporcionalmente la influencia turca en la cultura occidental.
Una fiesta universal
La Navidad, con todos sus íconos, es hoy por hoy una fiesta universal con adaptaciones culturales en los distintos continentes. Con figuras patriarcales como Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás, con el Niño Jesús entre pesebres y numerosas figuras y artesanías alusivas a su nacimiento, con cánticos, villancicos y rondas, novenas y toda suerte de oratorios, bellas composiciones de música clásica y muy variadas alegorías y formas literarias, el período se carga de oraciones, festivales y distintas devociones, siendo el árbol de Navidad por lo comentado, el rito transaccional de las diversas culturas para conmemorar con mayor o menor piedad y algarabía la presencia del cristianismo en el mundo.
La noche de Navidad es un hito maravilloso de la fraternidad universal no exento de dolor. G. K. Chesterton, el príncipe de la paradoja, como se lo conoce, se ha valido de una de ellas para afirmar: “La Navidad está construida sobre una bella e intencional paradoja; que el nacimiento de aquel sin hogar sea celebrado en todos los hogares”.
La literatura ha consagrado autores y piezas recurrentemente citadas en las tertulias decembrinas. La más conocida es el Cuento de Navidad, de Charles Dickens, una novela corta cuya trama relata la historia de un hombre avaro e indolente, el señor Scrooge, quien se convierte tras recibir la visita de fantasmas que le hacen percibir los duros contrastes de la vida y decide acoger como norma el espíritu de la Navidad.
Menos conocida es otra de sus novelas cortas, llamada La batalla de la vida. Una historia de amor, la cual, pese a las brechas culturales, podría estar más cerca de nuestras realidades aunque la obra no recibió la aclamación de otras historias navideñas. En ella, Dickens califica de absurdas todas las guerras y declara más importantes las batallas del día a día, los sacrificios personales y los actos de heroísmo de la gente corriente en el devenir de la vida.
Las penas de los padres de Jesús sin techo son las mismas de los que han perdido su vivienda por los huracanes y la tragedia invernal
La Navidad es espíritu compasivo, fraternidad, esperanza, amor al prójimo, a nuestra familia y a nuestra gente sin distingos. La tradición de la Navidad debe iluminar nuestro camino en este punto de inflexión de la historia, tan cargado de dolor.
Las penas de los padres de Jesús sin techo son las mismas de los que han perdido su vivienda por los huracanes y la tragedia invernal; los padecimientos de los inmigrantes sin albergue ni comida son los mismos de María y José trasladándose de Nazaret a Belén; Jesús nació en un pesebre porque los hombres no lo acogieron mientras los animales compartieron con él su refugio.
Esta Navidad de 2020, con su árbol iluminado, debe representar en Colombia un grito contra la deforestación, una refrendación de la vocación de paz, un viraje hacia la inclusión y el empleo, un compromiso con la responsabilidad ante la pandemia, una determinación para aislar a los violentos y a las extremas, un levantarse contra los feminicidios y en defensa de los líderes sociales y ambientales, un espacio de reintegración familiar y armonía ciudadana.
En fin, una plegaria como la del poema de Don Miguel de Unamuno al Cristo de Velásquez. Aquí uno de sus apartes: “Águila blanca que abarcas al volar el cielo, te pedimos tu sangre; a Ti, la viña, el vino que consuela al embriagarnos; a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre que en la noche nos dice que el Sol vive y nos espera…”.
Publicado en El Tiempo el 16 de diciembre de 2020 https://www.eltiempo.com/vida/religion/un-arbol-de-luz-para-la-navidad-de-colombia-555362