Y todavía nos preguntan si existe el centro en economía
Hace catorce años, respondí en un evento empresarial esta cuestión. Un joven profesor preguntó si eso del centro tenía consistencia teórica y si era posible superar la crisis de visión en el pensamiento económico colombiano en esta era del posneoliberalismo. Es preciso romper la peligrosa oscilación pendular le dije, reconociendo la crisis de los paradigmas neokeynesianos y el anacronismo de los supuestos de la teoría neoclásica. Y así lo consigné en mi libro “Por una Economía Social y Ecológica de Mercado en Colombia”:
“Si el anacronismo pendular dice Estado vs. mercado, nosotros respondemos Estado promotor del mercado institucional; si la dialéctica de los extremos propone Estado chico vs. Estado grande, nosotros respondemos Estado necesario; si los obsesos de uno y otro bando proclaman presupuesto balanceado vs. presupuesto deficitario, nosotros respondemos presupuesto equilibrado sanamente; si los dirigentes con ancla en el pretérito plantean industrialización por sustitución de importaciones vs. industrialización por exportaciones, nosotros respondemos industrialización soportada en la tríada exportación con valor agregado, sustitución competitiva de importaciones y dinamismo endógeno; si los fogoneros de la bipolaridad teórica inquieren privatización de la propiedad vs. privatización de la gestión, nosotros respondemos privatización democrática competitiva y eficiente; si los pregoneros del facilismo conceptual anacrónico señalan estabilidad de precios vs. crecimiento económico, nosotros respondemos crecimiento con empleo productivo y equilibrio interno y externo; si los cultores de los paradigmas importados sin el menor discernimiento sugieren inversión extranjera vs. inversión nacional, nosotros respondemos alianzas estratégicas no subordinadas; si los causantes de uno y otro lado de las corridas especulativas lanzan el falso dilema desarrollo financiero vs. desarrollo productivo, nosotros respondemos financiamiento del desarrollo productivo; en fin, si los que han conducido ese país al deshonroso segundo puesto en el escalafón de los más desiguales de América Latina nos proponen modelo gran empresarial vs. informalidad, nosotros respondemos microempresa formal, pequeña y mediana empresa, clase media empresarial, grupos sociales intermedios, economía social y ecológica de mercado”.
Ahora, en plena pandemia, en mi libro sobre lo que llamo Ádeiocracia, he terciado una vez más en el debate donde los voceros de los extremos en el escenario político limpian de óxido sus ataduras con el pasado y, en un esfuerzo de corte retrotópico para “salvar sus biografías”, recalan en las tesis de izquierda y derecha, repitiendo su calcada retórica sobre el papel del Estado y la política comercial. Ningún aporte, sólo carteles retocados con frases que invitan a la reincidencia. Ante tal anacronismo, afirmamos:
“En este comienzo de la tercera década del siglo XXI, el debate sobre el desarrollo económico parece haber ganado un palmo de terreno al superar aproximaciones ¨voluntaristas¨ o dogmáticas. Ya no se discute la necesidad de la “consideración ética de la acumulación” como un supuesto básico de la economía de mercado. Se sabe que la solidaridad requiere solvencia y que la solvencia solo es sostenible bajo preceptos de inclusión. El mundo parece reconocer que los procesos de crecimiento empobrecedor y de riqueza súbita contienen grados variables de perversión. Los problemas del cambio climático y la crisis del sistema financiero internacional vienen a ser como una suerte de dolorosa terapéutica. La dificultad consiste ahora en lograr en el terreno de la praxis materializar los contenidos de la responsabilidad social y de la ética de los límites. La pandemia del Covid-19 ha desnudado la pobreza del “liderazgo global” y nos ha permitido develar la que he llamado ádeiocracia ese “cilindro vacío lleno de poder ahumado, desconexión vital, sin alma y destructor”.
Las tragedias que representan el cambio climático y la pandemia del coronavirus son asuntos explicables científicamente en su origen aunque resuenen como alaridos de la naturaleza. Cuando ella se hace oír, aparecen los conocidos pregoneros que estimulan los dos miedos innatos de los que nos hablara hace dos milenios Lucrecio, el miedo a los dioses y el miedo a la muerte. En un mundo gobernado, salvo excepciones meritorias, por capataces globales, en cuyo espíritu desapareció o nunca estuvo lo humanístico, se nos olvida su sabia advertencia: la muerte es fácil cuando la vida se ha ido…
Estamos ante la oportunidad histórica de superar la dualidad que caracterizó la aproximación entre desarrollo económico y calidad de vida. Para ello, transitaremos desde los parámetros individuales hacia la complejidad, desde los listados de variables hacia los análisis por agrupaciones, desde la inferencia mecánica hacia la construcción argumentativa, desde lo cuantitativo hacia lo integral-cualitativo. No se trata de hacer la apología de la retórica o del voluntarismo facilista, mas tampoco de sucumbir en abundantes ejercicios de predicciones estadísticas que la realidad acompaña hasta que la porción de lo humano no codificable les desbarata. Es el tiempo de encontrar nuevas aproximaciones a los conceptos de riqueza y pobreza, de satisfacción y bienestar y, desde luego, es la hora de las propuestas nuevas que anticipen y prevengan dramas como los que el mundo confronta en materia de pandemias o de tragedias relacionadas con el cambio climático, hagan acopio de conocimiento interdisciplinario, se formulen con rigor científico, ajeno a todo dogmatismo e incorporando consideraciones éticas respecto al rendimiento como “primer objetivo”, a las formas de vida, a las identidades plurales y a los imperativos de inclusión”.
Aun cuando 53% se autodefinen como de centro, a los extremos no les importa
Pese a las juiciosas advertencias de Eduardo Pizarro cuya vida y trayectoria académica le confieren autoridad, apoyado en la encuesta de octubre de Cifras y Conceptos dirigida por César Caballero, al revelar que el 53% de los colombianos se autodefinen hoy como de centro, el 23% como de izquierda y el 24% como de derecha, por lo cual el país requiere “una gran coalición multipartidista para enfrentar la recesión económica y aclimatar la paz”, así como para detener el ecocidio nacional, añadiríamos, algunos economistas insisten en el alineamiento polarizante ajustando sus visiones con el lente del pasado. Quieren darle aliento en la esfera económica a los neopopulismos, la pócima infalible de la destrucción política y de la desigualdad. Empero, venturosamente, eso no es lo que va a pasar en gran parte del mundo ni tampoco en Colombia.
Dentro de la discusión actuales, bastante claro que la consistencia no se ubica en los extremos. Ellos representan una gran tautología. Decimos, desde nuestra perspectiva de centro, que la pandemia es un enemigo común pero su superación y la convalescencia concomitante así como la arquitectura y configuración del futuro inciden en tantos planos de los órdenes político, económico y antropológico que, contrario a las predicciones dualistas, las próximas décadas no dibujarán un cuadro de vencedores y vencidos sino un podio múltiple e interdependiente que consagrará sistemas socioeconómicos flexibles y modelos de síntesis dentro de lo que podemos avizorar variados caminos y pliegues hacia una renovada Economía Social y Ecológica de Mercado.
El paradigma del centro: una nueva economía social y ecológica de mercado
Como ocurrió con el fenómeno alemán de la reconstrucción, manipulado por burdos copistas de izquierda y derecha y aún por autócratas que suelen autoproclamarse como caudillos de centro, vaya oxímoron, especialmente cuando los radicalismos entran en barrena, vamos a conocer de extrañas posturas a medida que la retórica extremista no agregue propulsores a su monserga económica cargada de fracasos.
La nueva Economía Social y Ecológica de Mercado, también lo hemos dejado en claro, ya no es simplemente la adopción del modelo adoptado por Alemania en la posguerra, un orden que reconoce el papel del mercado mas también comprende que las fuerzas productivas libradas a la suerte de la acumulación tienden a autoliquidarse por lo cual introdujo la solidaridad y la subsidiariedad como los instrumentos de balance. Ahora ha de ser un sistema complejo que prioriza la consideración ética del progreso económico y tecnológico, trabaja consistentemente en la sostenibilidad y agencia activamente la modificación matricial del uso de los elementos con énfasis en agua y energía, se ocupa del bienestar global reduciendo la vulnerabilidad, asignando protagonismo a lo femenino, a la infancia y a los mayores, profundizando la participación ciudadana con independencia del orden político, un sistema que acoge y admite la complejidad, reconoce como asunto esencial la diversidad pero no acepta como su expresión legítima la abrumadora diferencia en aspectos vitales de la existencia, afronta el cambio climático sin ambages y desborda los ámbitos nacionales desde una oxigenada estructura multilateral objeto de cambios significativos que revelen el peso en términos de recursos, patrimonio natural y población del sur de Asia, África y América Latina, un ensamble global que desde el humanismo digital haga rectoría de la ciencia y la tecnología, detenga el rearme y entienda el desarrollo mundial como un asunto de límites.
Publicado en La Línea del Medio el 7 de diciembre de 2020
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