De amores y enfermedades, en medio de la cuarentena

Dice el grafiti bogotano en la avenida de los Cerros: ‘El amor todo locura o el amor todo lo cura’. Los dos asertos son válidos; sin embargo, la enfermedad ha sido alfa y omega de la pasión que parece oscilar entre la exacerbación y la depresión en medio del confinamiento.

“Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu”, reza la frase de Novalis, el poeta que se enamoró, desde lo infinito hasta lo metafísicamente imposible, de la joven Sophie von Kühn.

El poeta romántico alemán por excelencia trasegó por entre una niebla plena de embeleso desde que conoció a la bella mujer, y siempre la quiso como su compañera para la vida con toda certeza.

“Tampoco es inescrutable el azar”, dijo una vez en sus famosos Himnos de la noche. Su arrobamiento, una especie de ‘idealismo mágico’, sufrió un duro revés poco después del compromiso entre los enamorados.

Sophie enfermó de tuberculosis, y su agonía duró más de un año. George Philipp Freiherr von Handemberg, Novalis, intentó rearmar su ruta, la cual, en todo caso, atravesó torturado por la muerte de su joven amada.

Cuántos idilios, cuántos amores han sufrido su ruptura irreparable por esta pandemia desgraciada.

Jóvenes parejas, cientos de ellas trabajadores de la salud, uniones de varias décadas segadas por el indómito virus, habitantes de hogares geriátricos que ven partir a los últimos amigos de su ciclo vital, vidas de devoción y servicio sepultadas en soledad en ritos casi macabros.

La literatura colombiana tiene obras proverbiales en relación con la devastación amorosa que trae consigo la peste.

Gabriel García Márquez recrea la relación entre amor y peste en los tiempos del cólera. Y enseña de la paciencia, virtud tan útil en estos días, cuando Florentino Ariza bate todas las marcas aguardando la consumación de su amor con Fermina, que viene a darse en la senectud, navegando sobre el Magdalena.

En María, de Jorge Isaacs, la feliz culminación de aquellos escarceos de la adolescencia iniciados en la hacienda El Paraíso no llega a concretarse años más tarde en una vida conyugal por la epilepsia de María.

Amor y dolor

Entre los mitos del amor y del dolor, en la leyenda irlandesa de Tristán y la rubia Isolda parece surgir con la mayor impetuosidad el amor contrariado que enfrenta todo tipo de resistencias, toda forma de confinamiento y de distanciamiento.

Él es capaz de encarar al monstruo para merecer el amor de la mujer de blonda cabellera. Una sucesión infinita de males toma curso. Las enfermedades aparecen.

Pobre amor el de Isolda, no quiere la vida física que se extingue para unirse espiritualmente con Tristán. Un envenenamiento.

Una suerte de virus destructor interno y malvado, el virus del distanciamiento, el veneno del amor. Cuántos amores han quedado apartados por la forma súbita como se extendió el problema del covid-19, ante el cual ha sido manifiesto el desconocimiento.

Cuántos amores formales o paralelos quedaron a cientos o miles de kilómetros. Cuántos sin posibilidad física o social de comunicación en plena sociedad del conocimiento.

Denis de Rougemont, en su famoso estudio de El amor y Occidente, publicado en 1957, aviva la polémica sobre las enfermedades del alma por los pliegues, no fácilmente explicables, que forma el amor. Su visión está marcada por la diferencia entre el amor pasión y el amor cortés.

Si no se puede consagrar socialmente el amor contrariado, generalmente cargado de pasión, hay que llevarlo al mito, donde el amor se narra en tercera persona entre la realidad extrema y la fantasía.

Pobre amor el de Isolda, no quiere la vida física que se extingue para unirse espiritualmente con Tristán

Y en el punto culminante de esos amores contrariados transformados en mito están Abelardo y Eloísa, un drama repetido en la historia de la literatura con variantes diacrónicas hasta nuestros días, como en el caso de Desgracia, de John Maxwell Coetzee, el enamoramiento del profesor y su alumna mediando una diferencia de 22 años entre los dos.

Un maestro con altísimo reconocimiento social y académico, una joven brillante y dispuesta a devorar conocimiento entran en un tornado polvoriento e incandescente, clandestino y brutal.

“Nuestros besos eran mucho más numerosos que nuestras palabras razonadas”, relataría Abelardo. Y ella, Eloísa, verdaderamente una mujer mítica, contra todo asedio o malquerencia, contra la insidia que es un virus veloz en el contagio y de alto impacto, dirá: “Nada puede contaminar el alma excepto lo que proviene del alma”. Eloísa va al convento, el amor queda incólume. Murieron de amor.

La Revolución francesa suprimió el Parácleto, su convento, en 1792. Este fue vendido en beneficio del Estado y entró en decadencia hasta que llegó el tiempo de la restauración del claustro y de la pequeña abadía.

El sepulcro sobrevivió y fue objeto posterior de un gran trabajo artístico, alberga los restos de los amantes y es una de las tumbas más visitadas en el cementerio Pére-Lachaise, en París.

En la hermosa novela de Bernardin de Saint-Pierre, Pablo y Virginia, se configura dramáticamente el distanciamiento obligatorio por imposición familiar. Virginia es separada por una larga distancia. Tras mucho porfiar, resistir y dar testimonio de su determinación absoluta, se dispone su retorno.

En el viaje de regreso el barco naufraga, y los cuerpos flotantes son recogidos en la playa. Pablo, al ver el cadáver, hinchado de dolor, sufre el colapso de su sistema cardiorrespiratorio y muere en medio de una tristeza insondable. Se dice que Pablo murió de dolor y amor, la más antigua de las patologías.

De los complejos entramados en la dramaturgia de Shakespeare podríamos recoger personajes que, en sí mismos, han terminado caracterizando arquetipos psicológicos: Hamlet y su complejo de Edipo, los celos enfermizos de Otelo y los conflictos psicológicos en Macbeth.

En medio de la angustia

En Rusia, otro gran país de la creación literaria, se nos ofrecen excelsos testimonios del amor y la enfermedad mental, el amor transformado en angustia incontrolable. León Tolstói nos deja conocer su genio espléndido en Ana Karenina, en la gran San Petersburgo del siglo XIX.

La señora del ministro Karenin provoca un escándalo en la alta sociedad por su romance con el conde Wronsky. La tenacidad de Ana se impone, y logra superar el juicio despiadado por su adulterio e incluso llega a ser relativamente comprendida. El conde Wronsky es apuesto y cautivador.

Ana Karenina será presa de una enfermedad de alta complejidad: los celos, esa ictericia del alma. Y son los celos los que llevan a Ana Karenina a poner fin a su vida de forma brutal.

Las relaciones entre amor y enfermedad han estado presentes en todas las culturas y en los cincos continentes.

El amor, esa corta palabra decisiva, como la vida, como dios. La enfermedad, que para este escrutinio excede lo fisiológico, aun lo somático tradicional, alcanza como las pandemias a revelar las fragilidades sociales, las dimensiones culturales y los arreglos sociales constrictivos de la libertad individual.

Tagore, ese gran artista de la totalidad, aborda sin prejuicios occidentales, mas con gran sinceridad, la situación del amor contrariado por normas sociales que pueden tornarse en patologías.

Tal es el caso del matrimonio arreglado desde la búsqueda de la pareja o imponiendo una decisión no personal en medio de un amor legítimo preexistente, tan profundamente aludido en El naufragio.

El amor, la eterna e inescrutable alma de nuestras almas, puede narrarnos historias ejemplares que se cruzan con la enfermedad en el culmen de vidas trascendentales, que lo son justamente por deberse al amor, por construirse sobre la base del desprendimiento absoluto.

Esta vez ocurre en China. Es la historia de Liu Guojiang y Xu Chaoqin. Liu, de 19 años, se enamora de Xu, 10 años mayor. Un amor prohibido. Escapan a una cueva inaccesible, en la alta montaña, a dos días de la villa más cercana.

Liu imagina el paso de los años, quiere estar seguro de que Xu pueda descender de cuando en cuando al poblado en sus años maduros, entonces decide cavar a pico y pala lo que hoy se conoce como la ‘escalera del amor’, seis mil gradas, tarea a la cual dedica 50 años.

El amor, la eterna e inescrutable alma de nuestras almas, puede narrarnos historias ejemplares que se cruzan con la enfermedad

Tan ardua labor pudo culminarse gracias a la plenitud de su amor. En 2007, a los 70 años, Liu regresó a casa muy cansado, besó a su esposa y colapsó. Acaso la muerte sea también el toque desde lo eterno para una vida colmada de amor.

El amor, la conyugalidad, los muy variados espacios afectivos y los multiformes modos de relación en el mundo son, por estas calendas, objeto de análisis y tema de conversación en todos los países, en todas las culturas.

Ahora, cuando el aislamiento, la incomunicación, la convivencia, el ‘24 × 7’ de la vida compartida, los amores contrariados, las expresiones afectivas y/o carnales del amor, la irrealidad virtual o la realidad aumentada, y la maraña de sentimientos, relativamente sabidos, mas no revelados, han quedado al centro de la enfermedad, sobre el eje de la condición humana.

Publicado en El Tiempo el 2 de junio de 2020

https://www.eltiempo.com/cultura/gente/amor-y-enfermedades-asi-han-modificado-las-relaciones-502120

Diego Junca