Asomándonos al mundo de Byung-Chul Han
La joven categoría del humanismo digital clasificaría dentro del concepto de la figura retórica del pensamiento llamada oxímoron, consistente en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto. Si el humanismo concede importancia al énfasis en lo humano presente en las tradiciones de todas las culturas, se trata de un concepto que construye desde el pasado; por el contrario, lo digital nos remite, más allá de su origen relacionado con la telefonía, las máquinas y la informática, a los datos, a un concepto moderno y de futuro.
Esos dos conceptos de referencia opuesta o distante, puestos en una sola expresión, generan un tercero, el de humanismo digital. Tal es el oxímoron.
Si la dimensión de la pandemia ha sido de tal magnitud y profundidad que configura uno de aquellos macroaccidentes históricos del tiempo axial, simultáneo y global, la pospandemia, aun con sus paradojas, constituye un ciclo llamado a lo trascendental, un nuevo renacimiento. No como una rebelión contra el pasado y todos sus valores, sino como una expresión de renovada priorización en el sentido de que el ser humano es, en sí mismo, el objeto del conocimiento, del desarrollo, de la ciencia y la tecnología. En el espacio de lo tecnológico, el humanismo digital nos habla de aquello que otorga sentido a la tecnología, justamente la búsqueda del ascenso espiritual y material de la humanidad, bajo criterios de responsabilidad ambiental y oportunidades para todos.
Humanismo digital es el paradigma que ampara el desarrollo tecnológico para determinar su compromiso humano como vehículo de bienestar integral y aprendizaje social continuo y significativo. El humanismo digital representa el credo que preserva para el hombre la rectoría frente a la tecnología y no su subordinación, que le permite a la sociedad hacer inferencia y lexicometría bajo consideraciones éticas**.
En cuanto a la infomanía, Byung-Chul Han ha detallado el concepto en una entrevista vía correo electrónico, respondida en alemán, concedida a El País, con traducción y edición ulteriores, firmada por Sergio C. Fanjul y publicada el pasado 9 de octubre. Allí refrenda sus tesis contra las obsesiones que nos produce el capitalismo neoliberal y la manera como el mundo digital se hibrida de forma creciente con el mundo real, haciendo nuestra existencia cada vez más intangible y efímera. Sus respuestas vienen a profundizar, hasta el detalle, las formulaciones de su último libro, No-cosas. Quiebras del mundo de hoy. El filósofo despierta pasiones encontradas, ya que algunos lo ven como el gran pensador contemporáneo, y otros, como el rockstar de la filosofía. Afirma, sin ambages, que es preciso domar el capitalismo, humanizándolo. También reafirma sus tesis sobre “la sociedad del cansancio” y sus preocupaciones por la “desaparición de los rituales”, que son los aglutinantes decisivos para la existencia de la comunidad enfrentada al vértigo individualizante.
Byung-Chul Han arremete contra el smartphone como el infómata que produce y procesa informaciones. Las informaciones vienen a ser todo lo contrario a los apoyos que dan tranquilidad a la vida. Nos sumergen, afirma categóricamente, en un torbellino de actualidad. También los rituales dan estabilidad a la vida. La pandemia destruyó esas estructuras temporales. Incluso en muchos aspectos afectó el trabajo, para bien y para mal. Y cuando el tiempo pierde su estructura, empezamos a ser sujetos de la depresión.
“En realidad, el capitalismo digital explota despiadadamente la pulsión humana por el juego”.
B. C. Han pronostica que la digitalización nos convertirá en Homo ludens, enfocados al juego más que al trabajo. El gran problema será el desempleo masivo a causa de la digitalización. Terminarían, al menos las economías más acumulativas, ofreciendo un panorama desalentador copado por la renta básica y los juegos de computador. Una hipótesis verdaderamente patética, como la de El juego del calamar. A través del endeudamiento, la gente acabará en un juego mortal. Penosamente, las redes sociales vienen introduciendo componentes lúdicos que refuerzan la adicción de los usuarios.
El mundo de la digitalización incluye monedas sin respaldo, fantasías como la ‘datasexualidad’, un universo suicida como si pudiéramos estar muertos en vida y vivos en la red. Y en los países latinoamericanos, Colombia en particular, un desarraigo ético en los procesos de expansión de la infraestructura funcional con episodios que difieren la conexión incluyente de los ‘centros poblados’.
La crítica de Han al papel del smartphone es muy ácida. Lo señala como destructor de la empatía y como un objeto imprescindible, una especie de oso de peluche digital. El teléfono actúa como un escenario de trabajo digital, mas también como un confesionario, es el artículo de culto de la dominación digital, dice el filósofo. El internet de las cosas, en particular la smarthome, representa una prisión digital. Y la cama inteligente, mediante sensores, prolonga la vigilancia durante las horas de sueño. La vigilancia se va imponiendo de modo creciente y subrepticio en la vida cotidiana como si fuera lo conveniente.
Y en esta ruta deplorable, el filósofo coreano-alemán llega a la almendra del problema al afirmar: “Solo un régimen represivo provoca la resistencia. Por el contrario, el régimen neoliberal, que no oprime la libertad, sino que la explota, no se enfrenta a ninguna resistencia. No es represor, sino seductor.
La dominación se hace completa en el momento en que se presenta como la libertad”. Y esa supuesta libertad es la que deja por fuera de la vida social a millardos de seres humanos, a la vera del camino, particularmente en los subcontinentes en desarrollo; en el ostracismo y en la miseria del olvido, en el desespero y en la lumpenización.
En el caso de Colombia, he venido planteando la existencia de una brecha profunda entre premodernidad y posmodernidad. Es un estadio que hace intersección con las crisis propias de la digitalización. Esas rupturas, esas brechas, no tienen solución mecánica, pero han de ser superadas de manera progresiva y evidente: campo-nación, campo-ciudad, nación-territorio, mujer y juventud-ciudadanía, tradición productiva-tecnología de inclusión, educación rural-ciudadanía local, migración masiva-absorción por emulsión comunitaria, campo y economía internacional, para citar algunas. Y en el plano de lo sociológico y filosófico, en el decurso de la nueva historia social y en el de los ideales, precisamos de aperturas conceptuales y diálogos aparentemente inconcebibles: desde el dualismo hacia la construcción argumentativa, desde el tiempo atomizado –otra vez Han– hacia el ritmo integrador, desde el conflicto intergeneracional a la integración entre edades, desde el amor líquido hacia el amor difusor de armonía en espacios multiformes, desde el encuentro efímero hacia la construcción afectiva.
“A la inteligencia artificial no se le pone la carne de gallina”.
En la parte final de la entrevista, que por momentos tiene los visos de un autorreportaje, Han señala a la inteligencia artificial y el big data como formas primitivas del conocimiento montadas sobre enormes operaciones correlacionadas, sin comprensión alguna: si ocurre A, entonces ocurre B. La inteligencia artificial no piensa, dice, a la IA no se le pone la carne de gallina.
También se ocupa de la recreación y el tiempo de ocio como variantes de las mercancías. Propone a cambio una política de la inactividad, un tiempo de ocio verdadero. Y juega irónicamente con la aspiración de la gente a ser diferente, en medio de culturas homogeneizadoras: “Todo el mundo quiere hoy ser auténtico, es decir, diferente a los demás. Así, estamos comparándonos todo el rato con los otros. Precisamente es esta comparación la que nos hace a todos iguales. La obligación de ser auténticos conduce al infierno de los iguales”.
“La pantalla es una pobre representación del mundo”.
Y concluye el diálogo con algunas recomendaciones. La información nos lleva a perder la vivencia presencial. Un síntoma de la depresión es la ausencia del otro, la ausencia de mundo. La depresión nos hunde en un ego difuso. Hay que domar el capitalismo, insuflándole civilización, humanismo digital. El capitalismo corresponde a las estructuras instintivas del hombre. Pero ese hombre no es solo un ser instintivo. Y se confiesa partidario de la economía social de mercado para entrar en la nueva época, la época de la sostenibilidad.
La era de la pospandemia requerirá de forma no discreta de la política en sus dimensiones global, internacional, continental, nacional y territorial. El covid-19 nos deja un mundo aleccionado acerca de la tragedia humana, dispuesto a rectificar y también a capitalizar desde lo histórico, un mundo donde lo antiguo sirva a lo nuevo, pero en el que se puedan descargar hipotecas retrotópicas. Esas hipotecas que rondan a las extremas y les impiden ofrecer aglutinación y esperanza. Esas grandes hipotecas que inspiran aún en nuestro tiempo a las potencias hegemonistas de la guerra fría 2.0, bien bajo la forma de autocracias monopartidistas que se declaran dueñas de la receta para la felicidad universal, bien bajo la forma de democracias corporativistas donde la subordinación opera bajo el consumo sin reserva hasta el sacrificio, como en un día sin IVA.
Publicado el 15 de diciembre de 2021
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