150 años de la comuna de París: Colombia contra las extremas
Estamos celebrando el sesquicentenario de la Comuna de París, el primer proceso insurreccional de los trabajadores del mundo ocurrido entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871, la experiencia pionera de los comunalistas en la capital francesa que durante 72 días intentaron ejercer el mando de la ciudad más importante de Europa bajo el ideario de lo que se formuló como un socialismo autogestionario.
La basílica del Sacré-Coeur concebida por el arquitecto Paul Abadie, cuya construcción duró casi cuarenta años, es un monumento político cultural que se creó como penitencia nacional por el movimiento insurreccional de 1871, como quiera que en la colina tuvo lugar uno de los levantamientos de la Comuna, mas también se erigió como representación del orgullo nacional y del orden moral conservador. Pero la historia del Monte de los Mártires es mucho más antigua. Antigua y con planos oscuros. La colina de Montmartre fue en los tiempos de la persecución de los cristianos a cargo del emperador Valeriano un sitio de dolor, maltrato y escarmiento. Cuando sus agentes descubrieron a San Dionisio lo acusaron de predicar en Lutecia (la París Romana). Fue detenido en compañía de Rústico y Eleutorio, decapitados todos en lo alto del monte que pasó a llamarse Mons Martyrum, actual Montmartre. Dice la leyenda que Dionisio, tras ser decapitado, recogió su cabeza y se marchó orondo ante el desconcierto de sus verdugos. Allí está su estatua, con la cabeza cortada soportada en sus brazos, portando la mitra episcopal. El lugar se convirtió en centro de peregrinación para los católicos y, en tanto iglesia votiva, durante el siglo XVI, allí, juraron sus votos de castidad y pobreza, Ignacio de Loyola y Francisco de Javier en la capilla del martirio, que sería el origen de la Compañía de Jesús. Los templos católicos fueron destruidos en la revolución francesa y el proyecto de la construcción de la basílica del Sacre Coeur como hoy la conocemos fue una de las consecuencias de la guerra con Prusia en la cual Francia salió mal librada, y del posterior surgimiento de la Comuna de París.
Efectivamente, al examinar las causas de la Comuna es preciso escrutar las razones para el hartazgo político y el descontento del pueblo parisino: la humillación de la guardia nacional francesa en la derrota, una asamblea nacional controlada por aristócratas y campesinos y no por trabajadores y sectores sociales urbanos y la incapacidad del gobierno para encarnar la defensa nacional. Al explorar las causas de la derrota hay que mencionar que el pueblo insurrecto no tuvo el control del aparato militar en todo el territorio, y la aparición de fracturas polarizantes en las huestes comuneras. Mientras los dirigentes de París imaginaban que la nación los rodeaba, en la periferia surgían incipientes las tendencias al cantonalismo y al federalismo. El propio ejército prusiano regó de falsas noticias las naciones europeas presentando la Comuna como una fuerza demoníaca para justificar el aniquilamiento de jóvenes milicianos.
La Comuna de París dejó profundas lecciones para los estudiosos de la ciencia política. Conoció en apenas 72 días de gobierno muchos de los momentos de esplendor y de inviabilidad de las efervescencias insurgentes. Acarició la gloria y sufrió la derrota. Navegó en la utopía pero trazó la ruta de muchas conquistas sociales ulteriores. Los líderes de la insurrección eran ante todo gentes del común. Abolieron el trabajo nocturno y redujeron la jornada, establecieron pensiones a mujeres, viudas y huérfanos, dispusieron la separación de la iglesia y el Estado, dieron la ciudadanía a los extranjeros, prohibieron la expulsión de los inquilinos por el no pago de arriendos, reconocieron la unión libre de las parejas, facilitaron el divorcio, formularon la educación obligatoria, laica y gratuita. Era la cristalización de la república democrática y social de la revolución del 48. Y allí se dieron los afloramientos de la democracia directa y de las ideas feministas, aunque no se hizo efectivo el derecho al voto femenino.
Dentro de las masas comunalistas, la izquierda no era predominante. Esta verdad siempre ha sido difícil de explicar por la tendencia radical que trata de ideologizar toda suerte de heroísmos, como suele hacerlo también la extrema derecha. Trabajadores, profesores, artesanos, periodistas, gentes con sentimientos patrióticos, anarquistas, jacobinos, socialistas, republicanos, participaron del histórico experimento y sufrieron, en número del orden de los cuarenta mil, “el horror tras la utopía fallida”.Comoquiera que la de 1871 es la primera insurrección fotografiada en la historia, los tristes episodios copan por estos días la memoria gráfica, entre ellos, llena de pena la imagen del fusilamiento de 147 comuneros contra los muros del Père Lachaise.
Por estos días, cuando a raíz de la pandemia las calles aledañas a la basílica lucen desiertas, queda tiempo para detenerse y apreciar las muy variadas perspectivas históricas de este lugar emblemático de la Ciudad Luz. Apenas doscientos metros abajo del templo, está la Plaza de Louise Michel, un referente de la historia feminista. Hija de una sirvienta y del propietario del castillo de Vroncourt, recibió una educación esmerada, pero, luego sería expulsada por los herederos de la edificación, debiendo marchar a París donde consolidó su formación y su proceso como líder social. Educadora, creadora de guarderías para hijos de obreras, comedores populares y adalid en la Comuna, Louise Michel sería encarcelada y expulsada a las prisiones coloniales de Nueva Caledonia donde se puso al frente de la causa independentista para regresar luego a París y desde la cárcel de Saint-Lazare organizar la defensa de las prostitutas, desenmascarar a los socialistas autoritarios y dar a conocer sus famosas memorias.
La memoria, ese escenario colectivo indispensable en la purga del dolor y en la búsqueda de la verdad y de la reconciliación, conoce, claro está, de variadas interpretaciones, atajos y desfiguraciones. En su reconstrucción, se libran batallas políticas por la prevalencia de la verdad que difícilmente llega a ser materia destilada. Hace apenas unas semanas, los radicalismos de izquierda y derecha se trenzaron en agria disputa en torno a la celebración por la Alcaldía de París de los 150 años de la Comuna. Para unos, “un triste momento de confrontación, de guerra civil en que los parisinos se mataron entre ellos” y, para otros, “un levantamiento popular que encarnó valores que son los nuestros hoy en día”.
El ayuntamiento de la ciudad ha elegido a la mítica figura de Louise Michel para ilustrar los carteles de los actos conmemorativos y propiciar debates sobre los 72 días de vida del hecho histórico. Para algunos, siglo y medio después, la polarización a cargo de ciertos precandidatos a las elecciones presidenciales francesas de 2022, vuelve a la palestra con su retórica inútil que destruye consensos y recrudece odios. Vale decir, la Comuna de París arroja lecciones para nuestro mundo latino. Nos enseña acerca de aciertos y errores de los comuneros de 1871 y nos advierte sobre la irresponsabilidad que entraña la dialéctica de las extremas en el caso colombiano.
Como lo afirma Clémence Egilore, “antes del Primero de Mayo o de la revolución rusa, la leyenda de la insurrección de 1871 fue la gran referencia de todos aquellos que querían subvertir el orden capitalista”. Empero, la huella de la Comuna ha quedado plantada en los conflictos del final del siglo XIX y en el obrerismo que marcó la primera mitad del siglo XX. Hizo parte de la dialéctica de la Revolución de Octubre y fue ampliamente recordada y exaltada en París 68. También ha sido manipulada por los radicalismos de izquierda y de derecha encargados de pregonar el odio y el miedo. Aún en los inicios de esta centuria, indignados y chalecos amarillos tomaron frases de los comunalistas para invocar formas de protesta que no tienen gran espacio en la contemporaneidad.
La arena política del presente nos habla de otro tipo de aspiraciones ciudadanas tales como el desarrollo sostenible, la batalla contra la crisis climática, la descarbonización, la formalización, la inclusión social, la defensa de la libertad individual contra la utilización anti ética del big data, los acuerdos globales sobre el uso de la inteligencia artificial y la manipulación genética, la cohesión social, el desarrollo territorial, la equidad entre géneros, los arreglos de orden político y económico por una real economía social de mercado, el humanismo digital y la cooperación responsable para enfrentar sin discriminaciones marginalizantes las tragedias naturales y las pandemias, un manejo solidario de las crisis migratorias y la paz global. Ciertamente, otra agenda, otro libreto. El socialismo por asalto y el foquismo, están superados., así como el neopopulismo de los extremos que liga paramilitarismo y promeserismo.
No obstante, sería injusto no reconocer los impulsos justicieros de la Comuna de París. Su aporte al juego de reformas que luego tomaron curso hacia decisiones que hoy disfrutamos. Y qué mejor para ello que la palabra encendida de Prosper – Olivier Lissagaray, ese periodista social independiente republicano nacido en Toulouse, miembro de la Comuna: “El que ha respirado tu vida, que es fiebre para los otros, el que ha palpitado en tus bulevares y llorado en tus suburbios…el que puede oír bajo tus piedras la voz de los mártires, de la idea, y saludar tus calles con una fecha humana; aquel para quien cada una de tus arterias es un nervio, aún no te hace justicia, gran París de la rebelión”.
Publicado el 27 de Marzo de 2021 en La Línea del Medio
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