Hildegarda de Bingen: la santidad ganada con el genio
No siempre el ideal revolucionario se expresa en el liderazgo de la causa que pretende destruir el régimen vigente. Múltiples expresiones de variadas formas de incidir en transformaciones de significación en la vida de la sociedad y en la evolución de las naciones a través de las artes, la ciencia, la filosofía y la política nos advierten sobre los muy diversos caminos para favorecer procesos enriquecedores en la gran crónica de la humanidad.
La historia nos brinda ejemplos de magnos transformadores que acaso lograron mucho más, sin lanzar explosivos contra las fortalezas del establecimiento. Ese fue el ejemplo de una mujer excepcional, acaso una de las más importantes de la historia: Hildegarda de Bingen, ejemplo de polimatía tal como la define la RAE: sabiduría que abarca conocimientos diversos.
Está culminando el siglo XI, el Medioevo ha entrado en el segundo milenio de nuestra era, es el siglo de las cruzadas. Hay confusión dentro del mundo cristiano como totalidad. Atendiendo el llamado de los papas, los reinos cristianos europeos han lanzado diversas ofensivas sobre Tierra Santa para arrebatar el control del lugar a los musulmanes. De todas ellas, la única cruzada triunfadora fue la primera, las demás insinuaban un empoderamiento musulmán en el medio oriente mientras en la península ibérica el califato de Córdoba perdía poder en Al-Ándalus.
A medida que avanzaba esa centuria ocurrían cambios en la geografía del poder, ligada por entonces al espacio de lo religioso como lamentablemente sucede hoy aún en muchos países. La cristiandad experimentó un cisma formal de gestación prolongada entre el oeste romano y el este bizantino, causando la división de sus agrupamientos más caracterizados hasta nuestros días: el catolicismo romano y la ortodoxia oriental.
En Bermersheim, una pequeña villa del valle del Rin, en las fértiles riberas de lo que hoy es Renania Palatinado, de una familia noble, nace la menor de diez hijos. Sus padres Hildebert y Mechtild desean honrar la tradición según la cual la décima hija ha de ser un diezmo para Dios. Por ello, Hildegarda ingresa a los 14 años al monasterio masculino de San Disibodo, que acogió un grupo de muchachas en una celda bajo la dirección de la monja Jutta de Sponheim, quien sería la influyente preceptora encargada de la enseñanza de lengua latina, lectura sagrada y canto gregoriano, asuntos que Hildegarda aprendió con entusiasmo y gran brillo. En 1115 hace los votos y afianza su vocación religiosa.
“Oh figura femenina, cuán gloriosa eres”, escribió Hildegarda sin imaginar que tal sentencia vendría muy bien a su propia vida y a su genio. Teóloga, científica, creadora de lingua ignota, primera lengua artificial de la historia, compositora, escritora, naturalista, filósofa, médica, abadesa, mística, profetisa.
Compartió con Jutta lo que consideraba su secreto. Afirmó tener visiones desde niña sobre cosas fuera de lo normal. Su maestra supo calmarla afirmando que ella también había vivido episodios similares. Las experiencias místicas de la ‘Sibila del Rin’ continuarían a lo largo de su vida y algunos biógrafos consideran que tal fue un recurso de su propio talento, expresar sus conocimientos por medio de visiones. La fama de Jutta y su discípula se extendió por el valle del Rin, el monasterio se benefició de donativos y recibió un mayor número de novicias.
Tras la muerte de su maestra en 1136, Hildegarda se coloca al frente del creciente grupo monacal femenino. Con gran inteligencia logró que el abad le autorizara escribir sus visiones y asumir una función profética que se consideraba reservada a los hombres. El monasterio ganó mayor reputación y recibió más postulantes y donativos. A través del monje Volmar logró hacer conocer del arzobispo de Maguncia sus escritos presentados con conceptos aprobatorios. Y allí, con su inteligencia y audacia, Hildegarda construye su ruta.
Se dirige a Bernardo de Claraval, el monje de mayor influencia en la cristiandad occidental, a quien manifestó que sus visiones tenían posible procedencia divina. El monje fue prudente en su respuesta, se limitó a alegrarse por la gracia de Dios que poseía y le exhortó a recibirla con humildad.
Ante el Sínodo de Tréveris, siglos más tarde la patria chica de Carlos Marx, con presencia del pontífice Eugenio III, Bernardo expuso el caso de Hildegarda y el Papa decidió enviar a los obispos de Tréveris y Verdún en comisión al monasterio. Bernardo dio su apoyo a la abadesa rogando a Eugenio III no permitir “que tan insigne luz fuera apagada”. El pontífice no solo concedió el permiso, animó a la monja a “expresar lo que conociera por el Espíritu Santo”.
Con la ratificación papal, el reconocimiento de la abadesa fue aún mayor. El grupo femenino bajo su orientación creció. Hildegarda tuvo una nueva visión según la cual debía trasladarse a un lugar que le habría mostrado el Espíritu Santo, el de la tumba de San Rupert. Aquello significaba la independencia de las comunidades femeninas del monasterio masculino, tanto en lo disciplinario como en lo económico. Algunos monjes se opusieron. La abadesa cayó enferma.
Finalmente, gracias a la ayuda del arzobispo de Maguncia y a la intercesión de la marquesa Von Stade, el abad concedió el permiso. Hildegarda fue generosa en el reparto de bienes y ahorros. Había logrado la emancipación de la autoridad masculina sin someterse tampoco a ninguna subordinación laica. Las donaciones de los fieles dieron solidez a su emprendimiento. Desde luego, recibió muchas críticas y la monja Richardis, su discípula preferida, optó por la disidencia. Las dos sufrieron por tal decisión.
Revolución en la música
En San Rupert, la abadesa intensificó el trabajo de redacción de sus obras y dio comienzo a sus composiciones musicales. Aunque tenía una concepción rígida en materia del señorío feudal y se le ha criticado su apreciación del orden social, Hildegarda colocaba sus conocimientos al servicio de la gente a través de la mediación de nobles que recibían sus orientaciones de medicina natural, sus consejos familiares y educativos.
La música y el canto fueron gran escenario de su espíritu creador y de su labor pionera. El canto excluía o asignaba roles secundarios a las mujeres. Hildegarda rompió los prejuicios. De su obra han quedado más de 70 piezas agrupadas en la Sinfonía de la armonía de revelaciones divinas y un auto sacramental cantado titulado Ordo virtutum.
Fue cuestionada por el atuendo de las monjas en los días de fiesta. Cantaban los salmos con los cabellos sueltos bajo coronas de oro y la hermana Hildegarda tomó distancia con los textos paulinos del Nuevo Testamento que recomendaban la sobriedad del vestuario femenino, al considerar que tales preceptos se dirigían a las mujeres casadas que no a las vírgenes. Proclamó que estas últimas merecían portar ornamentos finos y bellos como los de sacerdotes y obispos.
La de Bingen logró implantar sus propias reglas gracias a su conocimiento, a su talento, a su genio. Se convirtió en una líder influyente en la cristiandad. Se comunicaba con emperadores y hombres de Estado, con los papas y religiosos de todo nivel. Fue la única mujer autorizada por la Iglesia para predicar al clero y al pueblo en los templos. Su palabra era severa. Hablaba de la corrupción de los canónigos y del avance de la herejía por cuenta de la falta de piedad del clero y del pueblo en general.
Sus obras
Dictó doce libros esta mujer. Su obra teológica más reconocida es Scivias (Conoce los caminos), sobre la creación del mundo y el ser humano en su pasado, presente y futuro, y el Liber Divinorum Operum sobre cosmología, antropología y teodicea. La obra en el área de la medicina se dividió más tarde en dos textos: Physica (Historia natural) y Liber Simplicium Medicinae (Libro de la medicina sencilla). También nos dejó un delicioso libro sobre Problemas y remedios y otro sobre Medicina compleja.
Relacionó admirablemente la botánica y la fisiología humana. Intuyó la circulación de la sangre siglos antes de que pudiese comprobarse y realizó una descripción del orgasmo femenino muy detallada para la época. Sin discutir el “impulso creador”, admitió que los misterios del cosmos podían explicarse a través de la observación y el razonamiento. Como lo afirma quien ha estudiado su vida, la física Laura Morrón, Hildegarda intentó armonizar la física con la anatomía y la fisiología.
Lo que esta mujer entregó a la humanidad es inconmensurable. Sus aportaciones fueron olvidadas por siglos hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la escasez de medicamentos propició la búsqueda de remedios naturales y se verificó la autenticidad de sus preceptos y métodos curativos. La creación de lingua ignota la llevaría mucho después a ser declarada patrona de los esperantistas.
Santa Hildegarda murió el 17 de septiembre de 1179 y fue sepultada en la iglesia del convento de Rupertsberg. Hechos históricos motivaron el traslado de sus reliquias a Eibingen, donde se encuentran actualmente. Fue proclamada santa por el papa Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012 y el 7 de octubre de ese año fue declarada oficialmente doctora de la Iglesia.
Publicado en El Tiempo el 5 de Marzo de 2020
https://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/hildegarda-de-bingen-la-santidad-ganada-con-el-genio-571406