Anacronismo en la sala de Compensar
A medida que avanza el drama negacionista y dilatorio del Gobierno frente a la validez de, por lo menos, un grupo de planteamientos de los jóvenes protestantes, especialmente de aquellos que intentan un proceso cívico juvenil sin conscripciones de las extremas ni violencia, comienza a desperezarse la política de propuestas. Ante la sensación frustránea, es urgente la aparición de proposiciones de contenido político, de ensambles entre lo económico, lo social y las preocupaciones públicas por la juventud, la vejez, la situación de las mujeres, el espacio rural urbano y los asuntos climáticos, todos ellos elementos indispensables para una paz sostenible.
La nueva democracia, no se caracterizará por la lucha de clases, ni por la emulación entre caudillismos. Tendrán espacio las coaliciones deconstructivas, con participación directa, ante el variado surtido de contradicciones y desigualdades. Habrá menos lugar para los opuestos absolutos, la jerarquía entendida como verticalidad y el neopopulismo como oclocracia. Como lo afirmara Derrida, la deconstrucción no es una doctrina, ni una filosofía, ni un método. Sólo es una estrategia para la descomposición de la sentenciosa lógica del pasado. Aunque se crea que su objetivo es nihilista, por la cancelación de los opuestos tradicionales o la desideologización de los filosofemas, la deconstrucción es responsable por esas “contradicciones” constitutivas, mediante la construcción de arquetipos-síntesis. Vivimos tiempos de posneoliberalismo y posestructuralismo. Eso parece no comprenderse en la mesa suspendida de Compensar.
La mayor dificultad para la ciudadanía es la impotencia que suscitan la sensación de un diálogo entre sordos y los vituperios de las extremas que caracterizan a los marchantes como criminales y a los que respaldan las instituciones como afectos al paramilitarismo. Ni la mayoría de los marchantes es un populacho corrompido y tumultuoso, ni la mayoría de los que defienden sus trabajos y medios de producción son columna vertebral de un despotismo asesino. Por eso, es una pésima noticia la interrupción de las supuestas negociaciones entre un gobierno que quiere dar a toda decisión las trazas de un acto unilateral del gobierno no concedente y de un comité que quisiera cobrar como victoria cualquier insuceso de la política oficial. Diálogo eficaz, menos parloteo, más concreción, es el mandato.
Los negociadores que pasan días y noches en los salones de la Caja de Compensación Compensar, el Comité del Paro y el cambiante equipo del Gobierno Nacional, son los defensores de visiones cargadas de pretérito. Aunque pregonen lo contrario, el escenario se llena de epítetos para señalar políticas como expresiones del neoliberalismo, lo cual a menudo no es falso, y el Gobierno las endilga a un pasado indolente y errático frente al cual la administración actual sería poco menos que ejemplar. Mientras tanto, el contagio del COVID-19 bate récords, el número de muertes crece, las UCI se saturan y los criminales de la deforestación y el narcotráfico hacen de la suyas ante la ausencia de la fuerza pública.
Es la retrotopía a la criolla. Un gobierno montado en la antigua Guerra Fría y una dirigencia del paro montada en el aserto maximalista de París 68: “Seamos realistas: Pidamos imposibles”. Los dirigentes del paro deben concentrarse en la última milla, en las garantías a la propuesta pacífica, la reforma del Esmad, el año 12 para los jóvenes, el comienzo de la economía del cuidado y el compromiso de reforma tributaria desmontando privilegios, sin golpe a los asalariados, y en una reforma pensional concertada. En general, el paro ya ganó y el Gobierno ha recibido duro impacto. Si se insiste en la prolongación de altos costos sanitarios y económicos, la inecuación puede invertirse.
Tiempo de desescalamiento y propuestas. Desbloqueo físico y mental. Como ha ocurrido con los rituales indios masivos en febrero y marzo pasados, cuando el Gobierno cantó victoria contra el COVID-19 y la población se dedicó al carnaval del Holi provocando la brutal ola de contagio, si el paro no evoluciona rápidamente hacia una solución negociada básica, tendremos una memoria lamentable en el futuro. Será la de un país que transformó la protesta legítima en polarización anacrónica caudillista, ignorando la tragedia pandémica. El juicio de la historia será implacable: pérdida para todos. El Gobierno incompetente, los dirigentes del paro totalmente desfasados y la nación impotente ante su desgracia repetida.
Publicado en La Línea del Medio el 9 de Junio de 2021
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