Turquía: Interés, ¿Cuánto Valés?
Los inquietantes indicadores económicos advierten sobre el peligro de una alteración en la línea sobresaliente de desempeño. Erdogan apuesta por una estrategia anti-ortodoxa para la recuperación de la economía, mientras atiza la polarización en la arena política, siempre agitada por la insoslayable relación entre política, religión y poder.
No existe duda acerca de que el sagrado Corán, como expresión divina, prohíbe el cobro de intereses. Tal es el precepto sagrado para los musulmanes y no se cuestiona. Es como un mandamiento. Forma parte del dogma. Como ayunar o dar limosna. No se ayuna para perder peso; tampoco se da limosna para mejorar la distribución social. No se practican la oración y los movimientos de la misma como si fueran aeróbicos. El interés como precio que se paga por el alquiler del dinero es explicado en la terminología islámica con el concepto de “riba”. Riba significa redundancia, incremento. El dinero extra o las propiedades que se utilizan a cambio de cualquier cosa prestada son todos parte de la prohibición. Riba significa haram (ilícito).
La preceptiva islámica ha cambiado en algunos países musulmanes que admiten bajo diferentes modalidades el cobro de intereses moderados y adelantan programas de promoción de inversiones con incentivos diferentes a la financiación. Con estructuras variadas en términos políticos, la doctrina sobre los intereses en tales países admite cobros moderados y fomenta sectores bajo el llamado “buen préstamo” (gard – al – hásan) que va acompañado de plazos extensos para dinamizar sectores, impulsar políticas de vivienda o desarrollar la infraestructura.
Recep Tayyip Erdogan conoce bien la sensibilidad del pueblo turco en lo referente a las tasas de interés y cada vez que los desequilibrios económicos adquieren proporciones desestabilizantes por choques externos o presiones inflacionarias, como presidente, toma partido contra la ortodoxia macroeconómica. Si la lira turca sufre devaluación de magnitud y hay salida de capitales, Erdogan desoye las recomendaciones de subir la tasa de interés para atraer flujos externos de capital y frenar la expansión monetaria. Plantea una estrategia contra la ortodoxia de reducción de tasas de interés, préstamos subsidiados a las empresas, aumento de salario mínimo y fomento a las exportaciones.
Turquía vive un proceso agudo de polarización política que escenifica dos posiciones. La de la oposición que demanda ajustes económicos severos, alza en las tasas de interés, control a la oferta monetaria y al endeudamiento para frenar la inflación galopante y la del gobierno que decide ofrecer amortiguadores al impacto cambiario en las empresas, aumentar los salarios, reducir las tasas de interés y enfrentar el debate político ante el déficit en la cuenta corriente y las manifestaciones de las calificadoras de riesgo y diferentes observadores.
MAGNITUD DE LA CRISIS Y CONVULSIVO ARRANQUE DE 2022
La polarización alcanza los predios de la estadística que a menudo abandona el rigor técnico para dar paso al uso de estadígrafos con intención política tanto en su producción metodológica como en la inferencia, agrupamiento y tratamiento de los datos. En el caso de la inflación anual al cierre de 2022, el dato oficial de Turkstat habla de una variación en el índice de precios de 36.08%. Otros análisis a cargo de grupos de estudio del ámbito privado como ENA, por ejemplo, afirman que la variación del IPC ha sido del 82.81%. Unos y otros reconocen que los renglones más influyentes en la modificación del costo de la canasta son los alimentos, bebidas y el transporte, aunque la tendencia inflacionaria no deja dudas al constatarse que, de los 415 ítems que integran la canasta de consumo, 364 han experimentado aumentos de precio. En cuanto a la devaluación de la lira turca, el indicador que ha causado revuelo nos dice que la tasa de cambio entre la lira y el dólar americano, varió desde 8.30 liras por un dólar hasta los 13.50 por un dólar, durante el último trimestre de 2021.
Erdogan, fiel a su libreto y a su visión vertical del ejercicio del poder, ha reaccionado de manera contundente. Asumiendo un alto riesgo político con la mira puesta en las elecciones de 2023, el pasado 20 de diciembre ha anunciado un nuevo modelo de desarrollo. Culpando a las altas tasas de interés y confrontando a la autoridad monetaria, lo cual llevó a la renuncia de algunos de sus miembros, el Presidente ha dispuesto la reducción significativa de la tasa de interés, con lo cual asegura logrará controlar la inflación, estimular la inversión, incrementar el empleo y las exportaciones, apuntalando la independencia turca frente a otras naciones.
Previendo reacciones externas, Erdogan ofreció la apertura de cuentas que incluyan la protección al riesgo cambiario para las empresas, dispuso un aumento del 50% en el salario mínimo, anunció subsidios y apoyo financiero a las compañías exportadoras, declarando que se trata de un nuevo modelo con el cual espera corregir el déficit en la cuenta corriente y convertir a Turquía en uno de los diez primeros exportadores de manufacturas del mundo.
La apuesta de Erdogan entraña alto riesgo. Su desafío se funda en una estrategia demostrativa de su poder político. Aferrado a ese poder, el Presidente intentará recuperar la estabilidad económica y su capacidad aglutinante menguada en sectores medios y populares. La oposición critica el nuevo enfoque económico, pero no logra configurar un prospecto alternativo de mérito suficiente. Pese a tener el control de las alcaldías en las tres grandes ciudades, no consigue competir con Erdogan en la agenda nacional frente a asuntos como la seguridad, la política exterior o el desarrollo de las regiones. La oposición no tiene por ahora un candidato de gran peso para 2023 y su proclama tiene visos populistas. Confía en la erosión del prestigio político de Erdogan y cree que la crisis económica terminará en una incontenible espiral inflación/devaluación.
Por los días de la Navidad en el mundo cristiano, Turquía estaba viviendo la agitación desatada por la nueva propuesta económica. Aunque se produjo un pequeño rebote tras los anuncios, los mercados parecen sembrados de dudas. El comienzo de año tuvo un arranque difícil en la esfera política. La fiscalía de Esmirna ordenó la detención de 113 militares, incluidos oficiales de insignia, por presunta pertenencia a la cofradía del predicador Fetullah Gülen, a quien el gobierno turco responsabiliza por la fracasada intentona golpista de 2016.
Los organismos internacionales se muestran escépticos ante los anuncios del modelo anti-ortodoxo. Los economistas no se atreven a fijar un término en la puesta a prueba de la “nueva” política. El Fondo Monetario Internacional se muestra escéptico. La OECD advierte que el país puede confrontar nuevas presiones salariales, mayores costos del componente importado e incrementos en los costos de producción. Sin embargo, el escenario, para quien esté familiarizado con la realidad político-económica de Turquía parece un déjà vu. El país ha lidiado con un déficit en la cuenta corriente y los precios han subido por encima de las metas oficiales durante el último quinquenio. Los elementos nuevos son el malestar de los grupos intermedios y un cierto descrédito del liderazgo económico. Es perceptible el nerviosismo de los actores económicos.
Como desde hace ya casi dos décadas, la iniciativa política es de Erdogan. Si los síntomas críticos en la economía tornan más aguda la problemática social, Turquía podría sumirse en dificultades con repercusión en toda Eurasia. Si la estrategia anti-ortodoxa de Erdogan doblega las dificultades y recupera la estabilidad, la continuidad del AKP en el poder tendrá altas posibilidades.
Por tratarse de un país tan importante para el mundo y para América Latina, seguir el curso del acontecer en Turquía es vital para el gobierno colombiano y, especialmente, para los candidatos en nuestra campaña presidencial.
Publicado en La Línea del Medio el 15 de Enero de 2022