Salud mental, parejas multiformes y multiculturalidad
Donde no hubo ilusión por un amor tampoco habrá decepción. En India los matrimonios se arreglan por las familias pues ellas son las que finalmente se casan. Incluso en estos tiempos de auge mediático, plenos de modernos casamenteros como las secciones de clasificados matrimoniales en los diarios gracias a las cuales los parientes de los que van a ser cónyuges y pertenecen a la misma casta entran en contacto o como las páginas de internet que permiten desde la distancia a los interesados efectuar la selección y organizar el majestuoso ágape nupcial, los familiares y los contrayentes no hacen votos por la estabilidad ni se forjan ilusiones sobre la pareja. Las familias discuten sobre la boda, hacen arreglos económicos sobre la nueva familia donde ella va a morar, sobre los trajes y las joyas, sobre la dote que se pagará por el novio, sobre lo inmediato. Y ello es así por cuanto lo demás ya está determinado por la fuerza del destino que es sabia, posee equilibrios intrínsecos pues de su estática se encargan docenas de dioses que guardan en su memoria el libreto de la eternidad.
No sucede igual en los demás continentes donde nunca se acaba de aprender a practicar el viejo aserto según el cual “es bueno tener ilusiones, lo malo es ilusionarse”. Poseído de su capacidad transformadora de las realidades el hombre en occidente y en casi todo el resto del globo, cada vez deja menos espacio a los dioses para forjar su destino, convierte su vida en un juego de tensiones entre la ilusión condensada, eso que llaman ahora proyecto de vida, y la realidad que se encarga de hacer la trampa a la ruta planeada, colocando una escoba detrás de la puerta con la cual el dios Cronos cambia las fechas del programa, llenando de trampas o alegrías la existencia, dejándole saber a piadosos y racionales, que no todo es predestinación mas tampoco desarrollo planeado, que la receta del buen vivir está siempre sin acabar pues mas allá de los ingredientes fundamentales, el gusto de vivir depende de la sazón de las almas.
Martha Cecilia Quicazán fue la mejor bachiller del Caquetá. Nacida en San José del Fragua superó todas las barreras que le impuso su origen provinciano y popular, pues su padre era un músico de la banda departamental y su madre manejaba la miscelánea de la familia en predios vecinos a la plaza de mercado. Estudió sociología en la Universidad Nacional por lo cual recibió la influencia de las ideas de izquierda, pero mantuvo una cierta lealtad con el tradicional preceptivo familiar. Luego de dos o tres noviazgos durante su período de estudios universitarios en la capital, formalizó su relación con Jorge Antonio Cuervo, contador y administrador de negocios, nacido al occidente de Cundinamarca en la región de Gualivá, cuya familia tuvo una finca panelera en el Alto del Trigo y alcanzó cierto renombre cuando su madre se hizo conocer por los helados caseros de pura fruta que convirtieron su pequeño negocio en la mejor heladería de Útica. Jorge Antonio se crió como los consentidos de pueblo siguiendo el clásico recorrido de acólito de la parroquia, pajecito de boda, miembro de la banda de guerra del colegio, competidor en el salto desde el trampolín y serenatero, hasta cuando empezó a fallar en los estudios pues sólo le gustaba hablar de carros y relojes, discutible cualidad que mantuvo hasta su edad adulta en Bogotá, donde tras su matrimonio con Martha emprendió ciento y un negocios sin éxito, dilapidando la herencia familiar, posando de acaudalado en certámenes hípicos o en concursos caninos, dos ambientes en los cuales sentía haber superado su condición pueblerina y su levedad bien vestida.
Ocasionalmente Jorge Antonio visitaba los casinos donde despilfarraba apostando gruesas sumas en opciones de baja probabilidad. Sostenía que el verdadero jugador tomaba cuotas de azar inmensas para llevar a la quiebra los garitos. Nunca condujo a la bancarrota un casino, pero en cambio sus costosos relojes suizos fueron a parar a la muñeca de los gerentes de las casas de juego.
Su verdadera desgracia fueron los juegos de negocios reales de cuyo riesgo nunca tuvo verdadera conciencia. Lanzó la cubierta protectora de los vehículos para dejarlos a la intemperie la cual se extendía con apoyo de brazos electrónicos inteligentes, una aplicación robótica que resultó de mayor costo que los objetos de su protección. Promovió un medicamento para impedir el crecimiento de las uñas, un medidor de cantidades de alcohol en la sangre el cual generaría un clic como alerta temprana a los beodos, llegó a ofrecer helados para engordar a domicilio bajo el argumento de que estaba tomando curso un movimiento de resistencia a favor de la obesidad.
Dicen que la esencia de los matrimonios bien avenidos es la diferencia de caracteres que hace posible la complementariedad. Los nuevos especialistas en terapia familiar muestran como ejemplo negativo las parejas de intelectuales que suelen fracasar cuando cada uno habla para escucharse a sí mismo. Empero, también es reconocida la volatilidad de las uniones donde la desproporción en cuanto a conocimientos y bagaje cultural es tal que, tan pronto la pasión declina, los esposos dejan de soportarse, lo único que alarga el ciclo conyugal es la reproducción que se agota como factor de convergencia una vez los hijos comienzan sus estudios y aparecen las agrias discusiones sobre el sentido y los métodos de la crianza. Martha Quicazán era sensible e inteligente. Jorge Antonio ni lo uno ni lo otro. Ella perfiló su vida profesional como profesora universitaria y de vez en cuando incurrió en los extravíos femeninos tangentes al tedio. El encontró su par en una azafata en trance de jubilación que vendía relojes de marca por el sistema de libranza, tenía formas llamativas y una cadencia rítmica e inocultable. Su divorcio fue relativamente fácil y el único hijo acabó viviendo en Miami donde aún trabaja como reconocido disc-jockey.
Un tanto menos grato fue el destino de Ana Consuelo. Hija de terratenientes del Huila con otras posesiones en Cauca y Cundinamarca, su familia ultraconservadora admitió su noviazgo con un abogado más cercano a las ideas de izquierda con el cual contrajo celebrado matrimonio, la pareja tuvo dos críos con figuras dignas de portada de revista infantil. Su esposo Carlos Iván se dio a conocer en los medios políticos y judiciales por sus consultorías para la sistematización de los departamentos jurídicos de las entidades públicas. Ganó con ello algún dinero que malgastó cuando incursionó en la política partidista electoral donde alcanzó cierta notoriedad. Se comentaba en los mentideros que su verbo era demoledor y le permitía lucir sus habilidades de polemista en variados escenarios. Era de aquellos que cada día tienen una iniciativa la cual, según su propia creencia, los proyectaría a las altas cumbres de lo público. Y convencía. Ligero al pensar la política, pero avasallante en sus presentaciones dilapidó en sus aventuras como aspirante al Congreso su propia plata, la de su mujer y la de varios amigos que lo acompañaron en sus oníricos emprendimientos. Cuando redujo su conversación a la aritmética de los votos y del dinero, sufrió un gran revés electoral. En una noche de tragos golpeó a la pobre Ana Consuelo ya cuestionada por su familia que entregó millones a los proyectos delirantes de Carlos Iván. Tal fue el incidente que precipitó el divorcio para el logro del cual el padre de Ana Consuelo debió condonar deudas a su yerno y facilitar los estudios de su hija y de sus nietos en Europa.
Así fue como estas dos mujeres más o menos prototípicas y sus maridos labraron su creciente desilusión en la futilidad del ciclo pasión, reproducción, estabilidad, frustración, adulterio, declinación y ruptura, donde la mayor cuota contributiva al descalabro suele ser la de familiares y amigos que poco pueden aportar, en tanto se han dedicado a lo mismo en la repetición del guion que tiene lugar por doquier. Entonces, pregunta Perogrullo, ¿habría sido diferente si estas mujeres acaso hubieren nacido en la India moderna que se debate según lo podemos constatar entre la tradición y la modernidad? No mayormente. En esta India contemporánea los matrimonios perviven bajo modalidades diferentes. Porque el contrato perenne prevalece en la cultura y el orden social, porque hay matrimonios que son un fracaso desde el comienzo, por la aceptación sin alternativa de la subordinación con variables grados de conciencia en el caso de las mujeres, por la decisión de las familias de invertir su ahorro vital en un negocio sin destrate o por la combinación de las formas anteriores. Al final, como en otras latitudes, la unión conyugal perdura cuando el amor supera la costumbre y obtiene sus frutos, pero, sobre todo, por las razones que nadie conoce y son patrimonio de los duendes y gnomos que colocan trampas a todas las promesas y pasan por ahí sin asistir a sicoterapias de apoyo.
Era una tarde típica de estío en Madrid. Los taberneros hacían de las suyas sirviendo cañas en todas las barras y los horchateros entregaban a cuatro manos decenas de vasos a las familias en el parque El Retiro. Ana Consuelo y Martha coinciden al tratar de hacerse oír al demandar su vaso de horchata. Una y otra perciben su acento colombiano y entre risas se presentan y acuerdan degustar la bebida en el banco del parque en frente del palacio de cristal. Las almas que purgan penas se tornan desconfiadas, pero precisan de compañía, tanto mejor si tal compañía no viene de los amigos o parientes que cargan con el conocimiento del pasado y con sus afectaciones interiores por lo acontecido con las personas cercanas. La conversación en poco tiempo rondaba los predios de las historias personales, luego de que cada una mostró su libro de lectura en curso a su nueva amiga. Martha leía La Piedad Peligrosa de Zweig y Ana Consuelo El Naufragio de Tagore. Emocionadas constataron otra coincidencia. Las dos estaban viviendo en el Distrito de Hortaleza cerca de la Estación Blasco Ibáñez del metro ligero.
Martha está en su año sabático adelantando un trabajo sobre la situación de las inmigrantes en Madrid y Ana Consuelo culmina la negociación del apartamento que habita en Madrid donde ha pensado establecerse. En cuestión de semanas las mujeres traban una amistad sincera y entrañable. La socióloga es mayor y cuenta ahora cincuenta y dos años, Ana Consuelo acabó estudios tardíamente en la Complutense sobre pedagogía infantil y hace voluntariado en un orfanato de Bogotá. Acaba de cumplir cuarenta y tres años y sus hijos estudian en la Universidad Javeriana. Las dos trataron de armar nuevas relaciones de pareja y las desarmaron luego de cortas coexistencias. Martha con un vendedor de equipos de cómputo y Ana Consuelo con un artista, armado de tal proclividad hacia el sexo que pretendía hasta a la beata recogedora de la limosna en el templo. El primero resultó enfermo de celos y su pusilanimidad no daba margen siquiera al arribismo. El segundo honraba cabalmente su patología, perdiendo el control de sí mismo al tercer trago, como un paciente de priapismo.
Los encuentros entre las dos compinches se sucedieron todas las tardes durante por lo menos dos meses hasta aquel día cuando estando en el café cercano a la estación, un hombre moreno vistiendo clériman entró repartiendo mesa por mesa volantes en los cuales solicitaba apoyo para cubrir los gastos quirúrgicos y de hospitalización de una inmigrante india que había recibido una paliza a manos de desconocidos cerca de Vallecas y estaba a punto de perder la visión en uno de sus ojos si no era intervenida de inmediato. Ana Consuelo iba a ignorar el asunto, pero Martha reclamó su atención manifestando que se trataba de un caso del mayor interés para su trabajo de investigación. Llamaron al religioso quien resultó ser un hermano portugués de la orden hospitalaria de San Juan de Dios que guardaba relación con la comunidad india en Madrid pues había trabajado en Goa y Kerala gracias a lo cual estaba familiarizado con el temperamento y las costumbres de las gentes del sur de la costa occidental de la milenaria Bharat. Le ofrecieron algún dinero, también su voluntad de acompañarle en su labor y en la convalecencia de la paciente. Fueron entonces al hospital infantil de San Rafael en Calle Serrano donde la inmigrante había sido admitida por el servicio de urgencias, contribuyeron para la compra del lente ultra delgado y flexible requerido, así como para el arrendamiento del bisturí electrónico de alta precisión del cual no disponía el sanatorio de la orden religiosa y al otro día estuvieron pendientes de la cirugía que resultó completamente exitosa como que la paciente llegó a su habitación pocas horas después y allí fue recibida por la guardia femenil colombiana que la acompañó durante todo el fin de semana. El hermano Donizeto Brandao les contó la parte que conocía de la historia. Se llamaba Ritika y trabajaba en un Call Center para dar servicio a los usuarios de lengua inglesa poseedores de celulares multifuncionales fabricados por una compañía electrónica finlandesa. No supo por qué la agredieron ni tampoco tuvo tiempo de defenderse. Al principio, todavía bajo el efecto de la anestesia apenas decía su nombre y pronunciaba palabras en su idioma malayalam:
–nilku, deténgase
–purakottu poku, retroceda
–dayavaayi, por favor
Cuando Ritika estuvo despierta Donizeto presentó formalmente a las señoras colombianas quienes actuaron como auxiliares de enfermería y prestaron atención a la joven india que mostraba hematomas tanto en los brazos como en las piernas, y un gran moretón en el contorno del ojo vendado.
Contrario a los pronósticos, Ritika no respondía al prototipo de la inmigrante. Había sido seleccionada por una firma especializada en gestión humana por sus conocimientos en comunicaciones y plataformas sobre red, así como por su dominio de los idiomas español e inglés. Aunque en la región de Kerala, de donde era oriunda, el sistema de castas es hoy menos fuerte que en el resto de India gracias a la educación universal como también a una pluralidad religiosa profunda caracterizada por la tolerancia entre credos, portaba el apellido Ramachandran de una familia muy encopetada de artistas y profesores.
El café vecino de la estación Blasco Ibáñez se convirtió en la sede del muevo círculo de amigos surgido de la compasión, pero libre de compromisos. Tenía el aire típico de los cafés de Bolonia o Turín. Estaba decorado con fotografías color sepia de lugares representativos de Italia, acompañadas con preciosos textos tomados del libro “En el País del Arte” que el genio valenciano escribiera en el exilio. Cada uno a su manera disfrutaba de la amistad de los otros y mantenía a buen recaudo su pequeña cuota de prevención. Martha culminaba la lectura de la aleccionadora novela de Zweig y no estaba dispuesta a edificar una amistad basada en la conmiseración, Ana Consuelo cuidaba su independencia y eludía conversaciones sobre condiciones patrimoniales. Ritika se mofaba de la obsesión tecnológica en torno a los sistemas móviles de comunicación, mientras hablaba de Kerala como el único lugar de India con cierta equidad. Donizeto disfrutaba el saberse entre mujeres haciéndose parte de sus pregones antimasculinos.
Ah buena resulta la piedad cuando no es compasión con tasa de retorno calculada. Cuán eficaz es la caridad que, emana del amor a secas, para unir a los hombres que se atreven a servir desde el anonimato, cero despliegues, sin otro testigo que Aquel que no cuenta. Como un coloide aglutinante que aglomera las almas cuando ellas han decidido no esperar ni desear tal cual se requiere para amar, así han de liarse aquellos que sirven sin aspiraciones vanas y sin prescribir ninguna dosis de moralina.
Surgió entonces la idea de programar un viaje a Kerala para el tiempo de invierno. Ya corría el mes de agosto y era tiempo de planear. Para las navidades Martha estaría culminando su ejercicio académico, Ritika debía estar seis meses sin trabajar en frente de computadores, Donizeto podría además de viajar ofrecer el albergue de la comunidad de los hermanos en Kottayam y Ana Consuelo siempre había soñado con un viaje a La India.
Las colombianas colocaron cada una su exigencia. Martha aceptó viajar con el compromiso de que Donizeto y Ritika visitarían luego Colombia. Ana Consuelo demandó incluir una visita a Calcuta para conocer la obra de la madre Teresa. Uno y otro requerimiento fueron aceptados. Todos católicos, todos adultos y más o menos independientes, el periplo fue coordinado por Donizeto quien obtuvo, además, condiciones económicas muy favorables.
La estadía en Calcuta fue muy impactante. Luego de visitar el Victoria Memorial y la casa de Tagore, al apreciar la riqueza cultural bengalí, tras recorrer galerías de arte y colonias de artesanos, la “ciudad de la alegría” les empezó a mostrar todo el drama humano de la pobreza en los bustees, de los millones de refugiados de todas las particiones y desgarramientos, de la miseria, de las inundaciones, de la desesperanza. Tras pasear por entre los muertos del cementerio de Park St., bajo el impacto de la fetidez y el hacinamiento, sólo Donizeto lucía tranquilo mientras las mujeres colombianas, quienes creían haber conocido el rostro de la desventura entre los desplazados de su patria, no podían asimilar aquello ni comprender cómo latía la vida en medio de la caravana indigente de las muchedumbres. Donizeto pronunció su sentencia:
-Aquí no vinimos a contemplar sino a ayudar. Dejemos el debate y las típicas discusiones de los bendecidos de la fortuna sobre asistencialismo o paternalismo, tan simples cuando se analiza el cuadro de los desdichados y menesterosos como un asunto estadístico.
Y por entre la hediondez y la podredumbre en frente del templo Kaligath las condujo al centro de moribundos creado por la madre Teresa y luego de presentarse y presentarlas las dotó de delantales de plástico y pañoletas para recoger sus cabelleras, puso un poco de mentol en las fosas nasales de todas ellas y les dio las instrucciones mínimas y los nombres de las hermanas responsables de los suministros.
Fue así como sin demasiada elaboración nuestras mujeres vieron pasar cuatro días sin descanso y sin fatiga, en el espacio verde-azul entre la vida y la muerte, de rodillas, en medio de los ochenta seres humanos que hacen el tránsito sobre colchonetas impermeables hacia lo que sea que ha de seguir, casi sin gemir, evacuando los restos de los que nos queda dentro para constatar que no nos llevamos nada, expulsando los últimos esputos, las ultimas heces, dándonos las gracias con la última mirada, apretando un poco nuestro brazo para recordarnos que somos parte de la misma cadena inexorable.
Prácticamente no se habló hasta cuando Donizeto fijó la hora de partida rumbo al aeropuerto donde tomaron un largo vuelo, con dos escalas, que une al par de estados gobernados por los comunistas hace algún tiempo en La India, West Bengal y Kerala. Culturas distintas, demografías distintas, recorridos históricos diferentes, recursos y factores de producción variados y lenguas de muy remoto parentesco, no lograron borrar la tentación comparativa que tanto afecta los juicios de las gentes en occidente. El grupo de viajeros colombo-indio-portugués estaba llegando a la tierra prometida de La India y cuando hicieron el recorrido desde el aeropuerto de Kochi hasta Kottayam, en su reflexión elemental, Martha y Ana Consuelo trataban de interpretar y discernir las dos variantes del comunismo indio que por momentos les parecían como cielo e infierno, paraíso y báratro, el edén y el averno, como si por contraste la realidad estuviera notificándolas de los nuevos tiempos donde bueno fuera que menguaran las cargas de las ideologías y creciera la consideración ética sobre las abismales diferencias.
Bajo la guía experta de Ritika, de sus agradecidos familiares, con el grupo de los hermanos de San Juan de Dios, los visitantes disfrutaron los botes hostales y las exquisitas comidas de las ciénagas allí conocidas como backwaters. Vivieron el deleite de los desayunos con appam y de los alimentos preparados en leche de coco y especias. Cosecharon piñas y bananos en los propios cultivos y drenaron los árboles del caucho. Les fue ofrecida exquisita comida a base de vegetales y frutas, así como los frutos del mar con chiles de colores en las playas sin grandes hoteles y plenas de vegetación.
Con gran sentido Donizeto organizó la visita a los hospitales y servicios sociales en Kattappana y a los centros escolares de la región mejor educada del país. Luego recorrieron plantaciones de té en Munnar y apreciaron decenas de especies de fauna silvestre en la reserva del Lago Periyar en Idukki. Agradecidos recorrieron los centros de peregrinación de los cristianos hasta llegar a Bharananganam, la tierra de Annakutty, la mujer recientemente canonizada convertida por obra del Vaticano en la primera india elevada al honor de los altares como San Alfonsa de la Inmaculada Concepción, donde ingresaron al gran templo en medio de miles de fieles para ser testigos de toda clase de ritos y alabanzas dentro de variadas ceremonias sincréticas. Al momento de partir hacia España estaban exhaustos y con deseos de volver como suele suceder a todas las gentes que dan con Kerala de la cual dijo un antropólogo que era “el Everest del desarrollo social en Asia”.
De vuelta a España y antes de despedirse peregrinaron a Portugal para visitar Montemor o Novo la patria chica de San Juan de Dios. En el camino se detuvieron maravillados a disfrutar Évora, la cual Donizeto definió como “la mejor estampilla de la antigüedad en el oeste de Europa”. Allí, ante el altar mayor de la catedral hicieron su promesa: mantenerse hermanados en una amistad sincera donde los intereses tuvieran cabida en el lenguaje de la solidaridad, sin diluciones de la libertad, ni de la independencia. Cuando Martha les reiteró la invitación a Colombia lo hizo valiéndose de unas frases de Camus cuando aludía a los hermosos parajes del África norteña. Al medio las copas de oporto, leyó:
– “¡No, decididamente no vayáis allá si os notáis tibio el corazón y si vuestra alma es un pobre animalito! Pero para quienes conocen los desgarramientos del sí y del no, del mediodía y de las medianoches, de la rebeldía y del amor, para aquellos, en fin, que aman las hogueras ante el mar, hay allá una llama que los espera”.
Cuando el hermano y la especialista en tecnologías de la información visitaron Colombia quedaron maravillados de su geografía, y especialmente, de su alegría, incluso en medio de situaciones dolorosas. Encontraron un enorme parecido entre Kerala y el Urabá chocoano. Con el apoyo económico de las familias de Ana Consuelo y Ritika se asociaron con una fundación especializada en el desarrollo de pequeñas empresas en comunidades rurales y establecieron una escuela móvil de hotelería en un bote hostal que recorre los municipios del Bajo Atrato preparando jóvenes para trabajar en los backwaters de Unguía, donde han adoptado el modelo de los boathouses de Kerala con gran éxito. Martha y Ana Consuelo pasan allí al menos tres meses del año y gestionan recursos para los proyectos.
Muy poco han vuelto a saber de Jorge Antonio y Carlos Iván. El primero creó una gran perturbación en el pueblo de Útica donde actuó como promotor de una pirámide financiera en la cual, pese a estar muy advertidos, colocaron sus ahorros un par de familiares y transportadores de la región, hasta cuando vino el colapso natural y el promotor puso pies en polvorosa, sin que se conozca su paradero, ni la suerte de su nueva esposa. El segundo no pudo ser profeta en su tierra, pero su verbo cautivó tierra extraña. Terminó de asesor en estrategia electoral de un diputado en un país vecino y la campaña fue triunfadora. Actúa entonces como vocero del parlamentario y sus ruedas de prensa son un verdadero espectáculo populista.
“Brother Doni”, como llaman los jóvenes chocoanos a Donizeto, dicta las clases de humanidades, cultura religiosa, artes y cocina. Ritika se encarga de la enseñanza de la informática, de las ciencias administrativas y del manejo del mercadeo en la red. Los dos tutelan los cursos de lenguas modernas. Nadie sabe qué sucede en las noches estrelladas de la región del Darién en su bote escuela o en su bohío del parque natural Los Katios en lo profundo de la selva.
Publicado el 14 de junio de 2024 en La Línea del Medio
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