Un final trágico con sabor a miel
Los años son una mezcla de madejas que alimentan el telar de la vida. Como en las cortinas de comedores sencillos de nuestra América, hay tramos donde la urdimbre y la trama de personas y acontecimientos vienen muy apretadas, son las etapas donde frecuentamos amigos, lugares, círculos y episodios colectivos. Tales períodos van seguidos de franjas ralas como de gasa, donde esos círculos sociales hijos de circunstancias mutables, se diluyen o desaparecen por traslados, cambios laborales o fragmentaciones familiares, divorcios o simples alejamientos por amodorramiento de lo que se torna insulso y repetitivo. Sucede así con los condiscípulos, con los compañeros de batallas políticas juveniles, con los romances de primera fase, con los compañeros de farra y de grupos artísticos, hasta con los parientes que no logran superar las deleznables emulaciones de la posesión y la carrera profesional. Mientras Juan Daniel continuó con su vida de estudio, liderazgo, compromiso político, pasión por los viajes y las artes, Raymond permanecería por una década en Colombia, persiguiendo el dinero por todos los medios, haciéndose a el sin reparar en los métodos, malbaratándolo en goces efímeros o en negocios tramposos en los que hacía componendas con gente de su medida.
Raymond se enroló en el negocio de la venta de camperos Aro Carpati, la marca rumana que se hizo conocida en Colombia desde la década de los ochentas cuando llegaron en intercambios de compensación por exportaciones cafeteras y, pese a su estética rigurosamente socialista, los vehículos mostraron gran capacidad de adaptación ante las condiciones de los caminos montañosos de la cordillera central. Duro para los pasajeros, fuerte e inacabable para los trasportadores del campo, el Carpati llegó a ser el vehículo de trabajo en los agrestes cerros y picos del Gran Eje Cafetero y aún hoy es un símbolo automotor en ciudades como Líbano en la región tolimense. Obtuvo mucho dinero como vendedor de coches, su acento con sonido gutural, pronunciando la r como j, causaba gran impresión entre los campesinos. Solía hacer demostraciones cautivantes del campero trepando en alta pendiente y sobre rampas muy inclinadas en las ferias y fiestas pueblerinas, las cuales persuadían a los agricultores. Hoy en el Tolima se habla del jipao Aro Carpati.
Por regla general, excepciones al medio, la vocación criminal suele ser impenitente. Raymond vió venir la quiebra de Carpati en el escenario internacional. Durante el año anterior al cierre en 2006, montó el negocio de ahorro y sorteos entre grupos de interesados en adquirir un campero. Formó varios grupos de ahorro programado para pagar el carro en treinta cuotas, el incentivo para suscribir el contrato de ahorro y compraventa consistía en el sorteo de un vehículo a partir del séptimo mes. La gente muy entusiasmada apostaba a lograr tener el jeep solo con unas cuotas pagadas en avance. Mas llegó el sexto mes y el franchute desapareció. Fueron cientos de millones de entonces y la denuncia tardó en hacerse pública por la vergüenza de los campesinos que preferían callar a reconocer que habían sido estafados por el personaje de cabellos crespos, botas de cuero volteado, camisas escocesas, gafas de intelectual y sombrero de paja marrón. Desapareció Raymond. La plata de la gente se perdió. Hoy, en algunos parques y plazas de esos preciosos pueblos de gente buena y trabajadora, solo se hacen bromas entre los pobladores, de aquellas que se convierten en consuelo cuando un salteador de fino empaque despoja del dinero a los labradores. Cada vez que alguien dibuja un negocio con expectativas de rendimiento muy elevadas, la gente le dice: “Prefiero quedarme quieto que entrar por el ARO del francés, mejor sigo sin Carpati…”.
Cuando Juan Daniel, años más tarde, conoció la historia de la estafa a los campesinos y el nombre del timador, decidió hacer un recorrido, pueblo por pueblo, villa por villa, del hoy patrimonio de la humanidad conocido como “paisaje cultural de los pueblos del café”. Gustaba del campo y de la gente que trabaja en la tierra, había estudiado administración de empresas agropecuarias en la Universidad de La Salle y sabía de apicultura. Durante el recorrido, cuatro cervezas encima en cada fonda caminera, lanzaba su proclama a los campesinos:
-“A mí también me tumbó ese hp, pero en mi caso me robó relojes y joyas”. Sentía desahogo y, a medio comer y beber, se iba a dormir con cierta paz interior, hasta que un día en Salento, un cafetero le hizo el chascarrillo celebrado en toda la tienda:
-“Entonces patrón, a nosotros nos tumbó con aros y a usted con anillos”… Juan Daniel pidió aguardiente Cristal para todos, hasta que lo llevaron cargado al hotel.
Muchos años más tarde, tal vez diez o doce, Juan Daniel, quien acumulaba una larga experiencia en crédito agrícola, fomento de la agricultura y de las especies menores, asociatividad y desarrollo de la microempresa rural, agricultura sostenible y, en fin, en la economía social de mercado puesta al servicio de la construcción de paz y el desarrollo alternativo rural, recibió una oferta curiosa y sugestiva. Se le invitaba a asistir un grupo empresarial rumano en los Cárpatos para el montaje y diseño de una planta extractora de miel. Las condiciones económicas eran más que aceptables y el término de seis meses se acomodaba bien con su proceso profesional.
Llegó Juan Daniel a Bucarest en pleno verano y se tomó unos días para familiarizarse con el país, con su gente maravillosa. Visitó su centro histórico, los teatros, el museo de historia natural, deambuló por la plaza de la victoria. Estuvo en el Teatro Nacional y disfrutó la escultura de la comparsa en sus jardines, escuchó una rapsodia de Enescu en la sala de música de la hermosa casa-museo preservada por su esposa y se deleitó con el ambiente y la deliciosa mesa del Caru’ cu bere, un templo de la buena comida y de la cerveza. Le encantó la herencia arquitectónica de Bucarest y criticó para sí, la lentitud en los trabajos de restauración y protección. Visitó museos de historia y pasó revista a las edificaciones del socialismo, repasó con desdén las pretensiosas edificaciones de la era Ceaucescu, aproximándose hasta la casa que el dictador construyó para su retiro en la zona residencial, la que prefirió no visitar con cierta asepsia.
Recordó nuestro querido personaje, sus lecturas, las reuniones sin término cuando fuera dirigente estudiantil y popular de izquierda en Colombia. Conversando con jóvenes becarios en el parque de las viviendas campesinas, uno de los tesoros de la capital rumana, les relató cómo Ceaucescu robó la confianza del mundo democrático cuando repudió la invasión rusa a Checoslovaquia, para terminar convertido en uno de los peores déspotas de la historia, el mismo que masacrara al pueblo de Timisoara en sus protestas, aquel que a pocos días de su caída y juzgamiento ofreciera una migaja que la multitud insurrecta rechazó, un incremento del salario mínimo que precipitó el juicio y su ajusticiamiento.
Los apiarios estaban localizados a una hora de Brasov, en la porción más cóncava de ese hermoso bucle montañoso que forman los Cárpatos hacia el centro – sur de Rumania. Ya al salir de Bucarest, su espíritu se hinchó de alegría al apreciar los tonos de verde del campo rumano, su luz, su brillo y las delicias de una comida donde nunca faltan la carne de cerdo, los vegetales perfumados y los amasijos dulces o rellenos, como los kurtös, una verdadera conspiración prodiabética. Se propuso realizar cuatro paradas en el camino a su trabajo y aprovechó los trayectos en los trenes para estudiar todas las referencias de mérito sobre la apicultura carpática. La primera fue Ploiesti para conocer el Museo del Reloj. Como sabemos, Juan Daniel entendía de relojes. La colección organizada por un profesor emérito de aquellos que ya casi no existen, Nicolae Simache, produjo en la fascinación y grabó lo que sería un imborrable recuerdo de su estadía en Rumania. La segunda fué el Castillo de Peles en Sinaia, una joya neorenacentista con elementos arquitectónicos modernos, la que Juan Daniel llamó en sus notas, la edificación más amorosa que hubiese visto.
Continuó hacia Brasov, la ciudad del patrimonio cultural por excelencia donde quiso pasar la noche, escuchar música folclórica y empujarse unas cervezas para disfrutar su tercera parada. Se dirigió a Transilvania. El móvil, conocer el castillo de Drácula, según la leyenda creada por el dublinés Abraham Stoker (Bram) a la cual hacen referencia más de ochocientos relatos escritos en todas las lenguas durante los últimos ciento veinte años. La fantasía habla de un cruel empalador que allí habitara, cuya existencia histórica inspiró a Stoker a escribir su novela Drácula. Juan Daniel estaba decepcionado, ni Drácula, ni mobiliario real, solo multitudes atraídas por este magneto turístico. Contempló desde lo alto del castillo la lejana cadena de montañas, declaró finalizado su periplo de adaptación y se dirigió directamente al apiario del señor Dragos Dumitrescu, el empresario presentado por la Asociación de Apicultores a través de su embajada en Bogotá. La granja estaba a unos ciento veinte kilómetros en la ruta que conduce de Brasov a Bacau en lo alto de los Cárpatos. Los paisajes eran realmente preciosos. Los cerros se encadenaban y tenían casi todos los tonos del verde vivo. La zona ofrecía un parecido a las ondulaciones a espaldas de Monserrate y Guadalupe o en la ruta hacia el páramo de Chingaza en el centro de Colombia. Muchas pequeñas casas de variados estilos y, en los predios cercanos a las viviendas, tal vez a ochenta metros o menos, contenedores de colores adaptados para instalar en su seno hasta 120 colmenas. Allí podían estar dos mil apicultores de los poco más de cuarenta y dos mil existentes en Rumania, los que hacen del país uno de los grandes exportadores de miel en Europa. Apicultores enamorados de su trabajo, verdaderos domesticadores de abejas como la Apis mellifera carpática mundialmente conocida.
Aunque seguro por la experiencia acerca del trabajo que iba a realizar, a medida que se aproximaba a su destino, Juan Daniel estaba maravillado con las expresiones de la cultura regional apícola. Las granjas, individualmente o asociadas, tenían puntos de venta con toda suerte de alimentos a base de miel. En los pequeños poblados, numerosos herbolarios con productos a base de plantas y de miel, farmacias naturistas que allí llevan por nombre “plafar”. Y gentes llenas de fraternidad, con deseos de practicar una vida sencilla y de trabajo arduo, hastíados de los fracasos del socialismo real y del capitalismo monopólico incipiente.
A eso de las cuatro de la tarde arribó a la finca de Dragos Dumitrescu, la cual daba la bienvenida a los visitantes bajo un portal coronado con un nombre rotundo, Adevarul Pur, Pura Verdad. Desde el primer momento hubo gran empatía entre ellos. Ese día comieron jamón con pan negro y cerveza. Cayendo la tarde tomaron café colombiano aportado por Juan Daniel, miel en panal y queso caliente. No pensaba ninguno de los dos que ese sería el ritual de todos los días durante los seis meses que duró la tarea. Hablaron de fútbol, del Steaua de Bucarest, el equipo de todos en Rumania, del dolor que habían causado a los colombianos los goles de George Hagi, ese bordador de la zurda, crack para todos los tiempos, de Valderrama y de Falcao, de Shakira y de la muerte de Andrés Escobar.
Iniciaron el trabajo al día siguiente. Consistía en diseñar, fabricar e instalar un gran extractor de miel con capacidad para doscientos cincuenta panales. Debe saber el lector que hay dos métodos para extraer la miel de los panales. El tradicional es conocido como método de prensado. Los panales se colocan en una prensa con un tornillo sin fin que los comprime, solo se emplea por apicultores aficionados o en países de lenta absorción tecnológica. Genera mucha cera, la miel cristaliza más rápido, los panales son destruidos, por eso, este método tiende a desaparecer. Incluso la familia Domitrescu usó un gran tonel de roble cedido por una empresa vitivinícola para instalarle dos prensas de eje vertical movidas por sendos motores de fabricación socialista, pesados, de alto consumo, los cuales habían cumplido su ciclo en el invierno pasado. Juan Daniel preguntó por ese aparato que parecía un silo de 4 metros de alto y le dijeron que ya no se usaba en producción sino como depósito de producto terminado.
El método de centrifugado es utilizado en las apícolas modernas. Es mucho más eficiente y produce miel de mejor calidad. La empresa de los Dumitrescu requería un extractor de eje horizontal para doscientos panales. Juan Daniel traía los planos y solo necesitó modificar la escala y ajustar la capacidad del motor. Obtuvo la aprobación de Dragos para hacer el pedido de todos los componentes a Turquía, procedió a organizar la distribución de la planta y la obra civil que tomaría dos meses, los mismos que se acordaron como plazo de entrega con el proveedor turco. El proyecto desenvolvió muy bien aunque, como todo montaje industrial, requirió de pruebas y ajustes. La extractora inició operaciones el día 180 y la puesta en marcha fue celebrada con alborozo.
A los 120 días del calendario de las obras, con motivo del pago de la segunda cuota a Juan Daniel, en plena tertulia vespertina, Dragos Dumitrescu adoptó una postura adusta en medio del diálogo con su contratista que había terminado por ser un verdadero camarada.
-“Sabes, quise evitar hablar de mi relación con Colombia este tiempo, pero habrás visto que conozco tu país, domino tu idioma y quiero mucho a tu nación, a tu pueblo”.
– “Así lo he intuido”, respondió Juan Daniel.
-“Mi familia fue la representante y distribuidora de los camperos ARO Carpati para Colombia y Ecuador. Fue una linda experiencia con un triste final. Teníamos dificultades, pero todo se habría superado de no ser por la perversión y los crímenes de un hijo de puta llamado Raymond Duchamp. Un estafador de siete suelas que robó a los campesinos y se escapó con miles de dólares afectando gravemente nuestro prestigio y nuestras finanzas”.
-“Conozco la calidad del cabrón y ya te contaré, a mi me asaltó y casi se lleva de calle el primer emprendimiento de mi vida. Sin embargo, hasta donde entiendo, el estafó y maltrató la buena fe de los agricultores, pero ¿robó también a la empresa distribuidora?”
-“Claro, cuando el montó su financiera, siempre se presentó a nombre de Aro Carpati y nosotros no tuvimos más remedio que liquidar y entregar a los campesinos afectados 21 vehículos que teníamos en el inventario., para compensar en algún grado sus pérdidas”.
-“Ese es un desgraciado, no conoce de límites, capaz de acabar hasta con su propia madre, algún día encontrará una muerte dura, inevitable y desesperada, así terminan esos desalmados”, afirmó con tono severo Juan Daniel poniendo fin a la conversación de aquella tarde.
Aquella tarde sí, mas no muchas otras en que la referencia al puñetero truhán tornábase recurrente. El vino ayudaba a este par de personas instruidas, con un buen bagaje cultural para pertenecer a comunidades empresariales y técnicas. Se preguntaban, por ejemplo, si las almas frágiles o simplemente torcidas tienen fuerzas interiores de cambio, entonces Juan Daniel recordó la novela “Una Vida Violenta” de Pasolini y su personaje Tomaso, un joven delincuente que transforma su vida en el compromiso social; Dragos invocó el contenido filosófico del Teatro del Absurdo creado por Eugène Ionesco, sus obras maestras que nos dan cuenta de una estética de las transgresiones, no obstante, el propio Ionesco propició un acercamiento a la conversión hacia el cristianismo durante sus últimos días.
Empero, Juan Daniel fue rotundo:
-“Verdaderamente es posible regresar del fondo del abismo, obtener el perdón y rescatarse a sí mismo. Pero eso lo pueden hacer almas sensibles, humildes, que acaso puedan llegar a sentir lo que Ignacio de Loyola llamó el orgullo del arrepentimiento. Pero Raymond no, esa es una rata de alcantarilla, sin ninguna posibilidad de retorno”.
-“Sabes”, anotó mientras llenaba las copas de vino Dragos, “una de las curiosidades de Rumania es que ha producido inteligencias muy sobresalientes, muchas de ellas nacieron en nuestro suelo y marcharon a otros lugares, tales los casos de Ionesco, Cioran o Mircea Eliade. Cioran por ejemplo si tenía la estatura para rectificar. De joven, abrazó las ideas del fascismo, cierta fascinación por la tendencia “al absoluto” y al “misticismo colectivo” de los totalitarismos. Nunca fue un fanático, su inteligencia se lo impedía, pero se avergonzó años después y fue un anticipado contra los ideologismos. Escribió a su hermano Aurel: “Estoy inmunizado contra todo, contra todos los credos pasados, contra todos los credos futuros”. Y qué decir de Mircea Eliade que nos legó la posibilidad de acceder a la comprensión de lo sagrado en nuestro tiempo. Y también me parece, el encontró una suerte de explicación a la extendida alienación pseudo religiosa, cuando afirmó: “Las crisis del hombre moderno son en gran parte religiosas en la medida en que suponen la toma de conciencia de una carencia de sentido”.
-“Esos eran, como dicen los mexicanos, garbanzos de a libra. Mentes con gran capacidad de ajuste, de duda, mas también, con claro desprecio por lo superficial, por la superstición”, concluyó Juan Daniel.
La inauguración del extractor coincidía con las grandes celebraciones de las fiestas del invierno en Rumania: la navidad, el año nuevo y la epifanía. Son festividades muy ruidosas como que, en aras de devolver la esperanza a los campesinos, se utilizan todos los utensilios e instrumentos que produzcan alboroto y bullicio. Cuernos de pastor, campanillas, zambombas, cencerros, cacerolas y flautas, animan desfiles con bellos trajes y muy abundante comida. Fue en una de tales fiestas cuando, apenas cuatro días antes del viaje de regreso de Juan Daniel, Dragos lo tomó del brazo y lo invitó a recorrer la estancia “Pura Verdad” por última vez, al menos en esta visita. Llevaba un odre con vino, y un bolso con pan y queso ahumado.
-“Voy a confiarte un secreto, verdadero secreto, como dicen en Oriente, algo que solo uno sabe y te juro que es la primera y última vez que lo cuento a alguien”, dijo bajando el tono de voz Dragos Dumitresco: “Un día, hace más de tres años, en agosto más precisamente, llegó Raymond a nuestra estancia en un destartalado Carpati. Tan pronto salí a ver de qué se trataba, empezó a llorar y a pedir clemencia. Con gran cinismo se refirió a todo lo ocurrido como una sucesión de negocios desafortunados, una situación sin salida por la cual me imploraba una y mil veces perdón”.
Juan Daniel lo miraba atento, llevado del desconcierto.
-“Me dijo que estaba llamado bajo circulares de policía internacional y que apenas me pedía que lo dejara pasar un par de noches en la granja para continuar su huída hacia Moldavia donde tenía contactos a fin de cambiar de identidad y rearmar su vida. Yo le dije que su actitud era un monumento al descaro, una petición de cinismo desvergonzado: Y estaba a punto de lanzarlo de mi casa cuando salió sollozando mi esposa de nuestra vivienda para decirme que Nicoleta, la hija menor, tenía apendicitis y debíamos partir con ella de inmediato para Brasov”.
Dragos proseguía con su relato y Juan Daniel lo escuchaba sin musitar palabra.
-“Me prometió hacerse cargo del apiario los tres días. Yo quería darle una páliza. Desesperado le dije que no le permitiría abrir una puerta de mi casa y mucho menos de las instalaciones. Le indiqué donde estaba el granero, donde los piensos para los animales, le entregué carne, pan y encurtidos. Lo conminé en el sentido de que si algún daño me hacía lo perseguiría por todos los cárpatos para matarlo y llegaría a la propia Moldavia para ajusticiarlo. Mi hija moría del dolor”.
Juan Daniel escanciaba el odre mientras Dragos encendía un cigarro trás otro.
-“¿Qué pasó?”, inquirió Juan Daniel medio enajenado por el vino como por el relato
-“Mi hija fue operada con éxito, aunque debimos llegar hasta el hospital de Ploiesti. Dos días más tarde, al atardecer, arribamos a casa, no vimos a nadie. Cerca del granero, al lado del viejo tonel de vino que habilitamos como extractor hace algunos años, estaban el achatarrado Carpati, un par de baldes y tres bidones llenos de miel. La escalera de uso corriente en el granero estaba ladeada, medio caída, ligada a un arbusto con un pedazo de vencejo. Mi esposa ayudó a sostener la escalera y pude ascender hasta el plano alto del enorme barril. Nunca estuve allí, cuando el fudre se usó como prensa, los tornillos sin fin de gran diámetro dejaban espacio para el drenaje. Tenía dos tapas cuadradas de unos ochenta centímetros de lado, una de ellas estaba abierta. Cuál sería mi sorpresa cuando al asomarme ví un pedazo de su rostro entre la miel, una pierna como quebrada, y una mano arriba, contraída, como ejecutando un mudra del desespero. Era su cadáver junto a otro balde, una imagen tétrica que no me abandona”.
-“Qué horror y ¿entonces?”
-“Tomé mi camioneta de nuevo y fuí directo a la casa del inspector. Un hombre bueno y reconocido. Había resistido a la dictadura de Ceaucescu y desde el cambio de régimen ocupaba su cargo más bien como un patriarca antes que como un jefe de policía. El inspector escuchó mi relato aún bajo el shock que me produjo el tenebroso hallazgo, una vez llegamos recorrió la escena, me hizo ver que había dos bidones más llenos de miel en el desvencijado vehículo de Raymond. Se asomo a lo alto del Barril, hizo un gesto de asco y al descender formuló una hipótesis concluyente. El inspector Sorescu apuró un trago doble de tuica, encendió un cigarrillo de puro tabaco negro, sin filtro, y formuló su hipótesis”:
-“Este desgraciado acabó en su ley. Cuando vió que parte de la miel sometida al calor durante todo el verano había descuajado y ahora era una mezcla densa de trozos de cera y miel, comenzó a sacar baldados de miel con ayuda de un lazo y un palo. Estaba robando miel, cinco bidones había tomado, me imagino estaba finalizando el hurto cuando por un desfallecimiento o por una pérdida accidental del apoyo en la escalera, se precipitó en el tonel donde puedo haberse golpeado con el gran tornillo o simplemente quedar sumido en el mazacote de cera y miel que actuó cual arena movediza, succionando, como un dulce – amargo, a cada movimiento corporal su agónica figura. Imagino su desasosiego insoportable, como un castigo infernal”.
-“Y ¿cómo fue el proceso judicial?”, preguntó Juan Daniel, ansioso como el que más por conocer hasta el último detalle de la macabra historia.
-“No hubo proceso judicial”, respondió en tono seco Dragos y prosiguió:
-“El inspector llamó únicamente a su auxiliar, trabajador vigoroso que llevaba diez años laborando con el y era de su absoluta confianza. Un mozo ágil y fuerte, de nombre Bogdan para quien colocamos un par de bandas seguras sobre la tapa abierta del Barril, a efecto de que pudiera maniobrar boca abajo y con las manos libres. Con una viga de madera como palanca y un lazo de una pulgada de diametro comenzamos la extracción del cadáver. Bogdan ató el cuerpo del occiso del cuello, haciendo un nudo de argolla, como el de una horca. Fue muy difícil, el cuerpo estaba anclado, poco a poco fue saliendo con sus ropas raídas y múltiples heridas causadas por los bordes de la rosca helicoidal. El inspector dió sus instrucciones”:
-“Dragos, a este nos lo llevamos para cremar su cadáver en el viejo incinerador de residuos, aquel de la chimenea alta de ladrillo construído por la gente en tiempos del socialismo de mística y compromiso. Fuera de las circulares, por el nadie va a preguntar. En cambio, no quiero imaginar una audiencia en la que tú y yo demos cuenta de lo ocurrido. Bastante inverosímil per se es toda la historia para hacerla creible, máxime ahora cuando el cadáver muestra las huellas del lazo en el cuello de este malvado. Tu encárgate de desguazar ese pedazo de campero para entregarlo como chatarra en la fundición camino a Brasov”.
-“Nunca me alegré por la muerte de este siniestro personaje que tú también padeciste”, asintió Dragos mirando a los ojos a Juan Daniel, “soy cristiano. Tampoco me hice un mar de lágrimas. No sé en qué lugar de la tierra o del universo puede existir una justicia plena, verdadera. Difícil que sea en un mundo de hombres y hechos humanos, de interpretaciones sobre la inescrutable condición humana. Si el mal prevalece el mundo se extingue, si lo que tenemos por bien se impone, poco tiempo después caerá su careta dejando ver nuevamente el rostro del mal. Tratemos de hacer filas en lo que leyes naturales nos indican como preceptos de bondad, pero aceptemos que el bien y el mal son los pedales de una bicicleta con el manubrio torcido”.
Juan Daniel cargó de rojo su rostro húmedo de lágrimas, mientras abrazaba a Dragos. Imaginó la mano hecha desespero del tunante malévolo y vino a su memoria el epigrama citado alguna vez por el poeta Rómulo Bustos Aguirre: “Cómo es el sonido de una sola mano cuando aplaude?”
Publicado en La Línea del Medio el 26 de mayo
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